«Se quedaron con él aquel día»
«Juan estaba allí con dos de sus discípulos.» Juan era tan «amigo del Esposo» que no buscaba su propia gloria; simplemente daba testimonio de la verdad (Jn 3, 29.26). ¿Acaso sueña retener a sus discípulos y privarles de que sigan al Señor? De ninguna manera, sino que él mismo les muestra al que han de seguir... Y les declara: «¿Por qué queréis seguir a mi lado? Yo no soy el Cordero de Dios. Éste es el Cordero de Dios... Éste es el que quita el pecado del mundo.»
Escuchando estas palabras, los dos discípulos que estaban con Juan siguieron a Jesús. «Y Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: '¿Qué buscáis?' Ellos le contestaron: 'Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Y todavía no le siguieron de manera definitiva; sabemos que le siguieron cuando les llamó para que dejaran sus barcas..., cuando les dijo: «Seguidme, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). Es a partir de este momento que le siguieron y ya no lo dejaron nunca más. De momento querían ver dónde vivía Jesús, y poner en práctica esta palabra de la Escritura: «Si ves un hombre prudente, madruga a seguirle, que gaste tu pie el umbral de su puerta. Medita en los preceptos del Señor, aplícate sin cesar a sus mandamientos» (Sir 6,36). Jesús, pues, les enseño donde vivía; vinieron y se quedaron con él. ¡Qué día más dichoso pasaron! ¡Qué noche más feliz! ¿Quién nos dirá lo que escucharon de la boca del Señor? También nosotros podemos construir una mansión en nuestro corazón, construyamos una casa en la que Cristo pueda venir a enseñarnos y conversar con nosotros.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermones sobre el evangelio de san Juan, nº 7
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