«A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre»
Contempla los misterios del amor y verás «el seno del Padre» que sólo «el Hijo único nos lo ha contado» (Jn 1,18). Dios mismo es amor (1Jn 4,8) y por eso mismo se ha dejado ver por nosotros. En su ser indecible, es Padre; en su compasión para con nosotros, es Madre. Es amando que el Padre se nos presenta también femenino.
La prueba más asombrosa es Aquél que él engendra de sí mismo. Y este Hijo, fruto del amor, es amor. Es por causa de ese mismo amor que él mismo descendió. Por causa de este amor ha revestido nuestra humanidad. Por causa de este amor, libremente, sufrió todo lo que libera la condición humana. Así, haciéndose según la medida de nuestra debilidad, a nosotros, a los que amaba, nos ha dado, a cambio, la medida de su fuerza. Hasta el punto de ofrecerse a sí mismo como sacrificio y dándose él mismo como precio de nuestra redención, nos dejó un testamento nuevo: «Os doy mi amor» (cf Jn 13,24; 14,27). ¿Cuál es este amor? ¿Qué valor tiene? Por cada uno de nosotros «ha entregado su vida» (1Jn 3,16), una vida más preciosa que el universo entero.
San Clemente de Alejandría (150-c. 215)
teólogo
Homilía «¿Cuál es el rico que puede ser salvado?», 37
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