Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Verdaderamente hoy es una hermosa jornada. Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. El término «sagrada» coloca a esta familia en el ámbito de la santidad, que es un don de Dios pero, al mismo tiempo, es una adhesión libre y responsable para unirse al proyecto de Dios. Así fue para la familia de Nazaret: estuvo totalmente disponible a la voluntad de Dios.
¿Cómo no asombrarse de la docilidad de María a la acción del Espíritu Santo que le pide que se convierta en la madre del Mesías? Porque María, como toda joven mujer de su tiempo, estaba a punto de realizar su proyecto de vida, es decir, casarse con José.
Pero cuando se da cuenta de que Dios la llama a una misión particular, no duda en proclamarse su «sierva» (cf. Lc 1,38). Jesús exaltará la grandeza en ella no tanto por su papel de madre, sino por su obediencia a Dios. Jesús dijo: «¡Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!» como María (Lc 11:28). Y cuando no comprende plenamente los acontecimientos que la involucran, María en silencio medita, reflexiona y adora la iniciativa divina. Y su presencia al pie de la Cruz consagra esta disponibilidad total suya.
En lo que respecta a José, el Evangelio no nos deja ni una sola palabra: él no habla, sino que actúa obedeciendo. Es el hombre del silencio, el hombre de la obediencia.
La página del Evangelio de hoy (cf. Mt 2,13-15.19-23) alude bien tres veces a esta obediencia del justo José, refiriéndose a la huida a Egipto y el regreso a la tierra de Israel. Bajo la guía de Dios, representado por el Ángel, José aleja a su familia de las amenazas de Herodes y la salva. De este modo la Sagrada Familia se solidariza con todas las familias del mundo que se ven obligadas al exilio; se solidariza con todos aquellos que se ven constreñidos a abandonar su propia tierra a causa de la represión, de la violencia y de la guerra.
Finalmente, la tercera persona de esta familia, Jesús. Él es la voluntad del Padre: en Él, dice San Pablo, no hubo un «sí» y un «no» sino sólo «sí» (véase 2Cor 1,19). Y esto se manifestó en muchos momentos de su vida terrenal. Por ejemplo, el episodio en el templo cuando, a los angustiados padres que lo buscaban, respondió: «¿No saben que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49); su constante repetir: «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado» (Jn 4,34); su oración en el Huerto de los Olivos: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26, 42). Todos estos acontecimientos son la realización perfecta de las mismas palabras de Cristo, que dice: «Tú no has querido ni sacrificio ni ofrenda […]. Entonces he dicho: «He aquí que vengo […] a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Eb 10.5-7; Sal 40.7-9).
María, José y Jesús, la Sagrada Familia de Nazaret, representa una respuesta coral a la voluntad del Padre: los tres miembros de esta singular familia se ayudan recíprocamente a descubrir el proyecto de Dios. Ellos rezaban, trabajaban, se comunicaban y yo me pregunto: ¿tú, en tu familia, sabes comunicarte, o eres como esos chicos en que la mesa, cada uno con el teléfono móvil, está chateando? La comida parece como un silencio, como si estuvieran en misa, pero no se comunican entre ellos. Debemos retomar la comunicación en familia: los padres con los hijos, con los abuelos, los hermanos entre sí… Es una tarea que hay que hacer hoy, precisamente en la jornada de la Sagrada Familia. Que la Sagrada Familia sea el modelo para nuestras familias, a fin de que padres e hijos se sostengan mutuamente en la adhesión al Evangelio, fundamento de la santidad de la familia.
Encomendamos a María «Reina de la familia» a todas las familias del mundo, especialmente a las que están extenuadas por el sufrimiento o las dificultades, e invocamos sobre ellas su protección materna.
Santo Padre Francisco - Diciembre 2019
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