martes, 30 de mayo de 2017

Evangelio según San Juan 17,1-11a. 
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."


Fernando Torres cmf
Va terminando el tiempo de Pascua y con su fin, dejaremos también de leer en la liturgia el libro de los Hechos de los Apóstoles. Hemos ido conociendo la vida de aquella primera iglesia y la lectura diaria nos ha ido centrando en la misión de Pablo, en sus viajes misioneros por el Mediterráneo. Hoy toca un texto que merece especialmente nuestra atención.
Pablo está en Mileto y siente que está ya de despedida. No va a hacer muchos viajes misioneros más. El siguiente lo hará como prisionero. Irá de Jerusalén a Roma. Por ahora, se quiere despedir de la comunidad de Efeso. Por lo poco que sabemos de lo que encontramos en las cartas de Pablo y en el libro de los Hechos, Pablo había pasado dos largos años en Efeso predicando el Evangelio y acompañando a aquella comunidad. Para un misionero que haya viajado tanto como Pablo, dos años es mucho tiempo. Da para crear lazos de amistad profunda. Y parece que efectivamente así fue.
Ya es sugerente leer el texto que hoy nos presenta la liturgia. Pablo siente que ha cumplido con su misión y que puede dejar a esa comunidad, ya adulta, que siga haciendo su propio camino. Es tiempo para él de confiarse al Espíritu y poner su vida en las manos de Dios. Hasta la entrega final.
Quizá la parte más bonita sea la que no recoge la lectura de hoy. Terminado el discurso, Pablo “se puso de rodillas y oró junto con ellos. Todos, llorando, abrazaron y besaron a Pablo. Se sentían muy tristes porque les había dicho que no volverían a verle. Luego le acompañaron hasta el barco”. Dada la austeridad del lenguaje de los Hechos en general, podemos imaginar lo que fue aquella despedida. Había mucho cariño, mucha amistad, mucha vida compartida. Aquella era una comunidad de vida, de verdad. Los lazos de la fe habían terminado creando una relación bien profunda.
Ojalá nuestras comunidades fuesen capaces de crear estos lazos. Ojalá nuestra fe rompiese las barreras que a veces nos separan, nos ayudase a superar todo tipo de reticencias de unos frente a otros y nos descubriesen la profunda fraternidad que nos una en el ser hijos de Dios. Ojalá los misioneros sepan comunicar la fe, como la infundió la predicación de Pablo en aquella comunidad de Efeso. Ojalá el Espíritu de Jesús ilumine a los misioneros y a los que los escuchan para que la Palabra se extienda y llegue a todos los corazones.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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