Las palabras del Señor a San Siluano, “Mantén la mente en el infierno, pero no desesperes”, nos demuestran claramente que todo aquel que se considera a sí mismo digno del infierno, deja de quejarse ante las ofensas o la enfermedad.
En el Antiguo Testamento se nos dice que el amor es tan fuerte como la muerte, pero el Nuevo Testamento nos enseña que el amor de Dios es más fuerte aún que la misma muerte. Así, si soportamos la vergüenza por Cristo, y Él nos da a cambio la energía de Su amor, es que somos capaces de sufrir y atravesar las aflicciones sin sentir dolor, esas mismas tribulaciones que antes no podíamos enfrentar. Las palabras del Señor a San Siluano, “Mantén la mente en el infierno, pero no desesperes”, nos demuestran claramente que todo aquel que se considera a sí mismo digno del infierno, deja de quejarse ante las ofensas o la enfermedad, porque ya se ha condenado a sí mismo a los tormentos del fuego eterno. En esto podemos comprobar que, aceptando las penas y condenándonos a nosotros mismos, dejamos de sufrir por todo lo demás, porque hemos alegido la peor de las condenas, la única que en verdad merecemos. Aquellos que eligen este camino no sólo no se dejan vencer por los sufrimientos de esta vida, sino que a veces hasta reciben el don de sanarse de enfermedades incurables.
El padre Porfirio le dio el siguiente consejo a una persona que sufría de cáncer: “Procura que tu oración sea más fuerte que los dolores de la enfermedad”. Tiempo después, aquella persona habría de confesar que, cada vez que luchaba para mantenerse en oración, el consuelo que recibía superaba al dolor físico. Pero, si su oración languidecía, el dolor se volvía nuevamente insoportable.
(Traducido de: Arhimandrit Zaharia Zaharou, Adu-ţi aminte de dragostea cea dintâi (Apocalipsa 2, 4-5) – Cele trei perioade ale vieţii duhovniceşti în teologia Părintelui Sofronie, Editura Doxologia, Iaşi, 2015, pp. 79-80)
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