jueves, 25 de mayo de 2017

Meditación: Mateo 28, 16-20


La Ascensión del Señor

[En las diócesis que trasladan esta Solemnidad al VII Domingo de Pascua, léanse hoy las siguientes lecturas: Hechos 18, 1-8; Salmo 97; Juan 16, 16.20]

De un sermón de San León Magno: La Resurrección del Señor nos trajo gozo; lo mismo debe traernos su Ascensión, mientras recordamos el acontecimiento que exaltó nuestra naturaleza humilde por encima de los ángeles y las más altas potencias creadas, para llegar junto al Padre. Estas acciones divinas constituyen un fundamento seguro; por ellas la gracia de Dios actúa maravillosamente para mantener en nosotros una fe firme, una esperanza confiada y un amor ardiente, aun cuando los acontecimientos visibles sean ahora parte de la historia.

Se necesita gran fortaleza de mente y un corazón fiel e iluminado para creer sin vacilar lo que escapa a la vista física y desear con ardor lo que no se puede ver. Sin embargo, ¿cómo se nos encendería el corazón y cómo sería el hombre justificado por la fe si la salvación viniera sólo por lo que es visible? Por lo tanto, cuanto había de visible en nuestro Redentor cuando él estuvo en la tierra permanece ahora operante en los signos sacramentales. Y para que la fe sea más fuerte y perfecta, la enseñanza reemplaza a la vista, y el corazón de los fieles son iluminados por Dios para aceptar su autoridad.

Tanto influyó en los bienaventurados apóstoles la Ascensión del Señor, que todos sus temores se trocaron en gozo indecible. En su mente contemplaron a Cristo glorificado a la diestra del Padre y ninguna prueba terrena podría ya distraerlos del hecho de que Cristo no había abandonado al Padre cuando descendió a la tierra, ni a sus discípulos cuando ascendió al cielo.

Por lo tanto, amados, el Hijo del hombre que es el Hijo de Dios, de un modo inefable, se ha hecho más presente para nosotros en su Deidad ahora que ha partido de nuestro lado en su humanidad. La fe llega ahora al Hijo, que es igual al Padre, y ya no necesita la presencia corporal de Jesús, en la cual él es menos que el Padre. Porque si bien su naturaleza encarnada continúa existiendo, la fe toca al Hijo Unigénito, no con un tacto corporal, sino con entendimiento espiritual.
“Amado Señor Jesús, que estás resucitado y ascendido al cielo, gracias por mostrarnos el camino y darnos la posibilidad de llegar a nuestro Padre.”
Hechos 1, 1-11
Salmo 47(46), 2-3. 6-9
Efesios 1, 17-23

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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