Nuestro Comandante y Rey se alzó a los Cielos, para poder seguir desde lo alto los esfuerzos de quienes se sacrifican por Su fe en la tierra.
Por qué ascendió nuestro Señor Jesucristo a los Cielos y no se quedó en este mundo? En primer lugar, para enviar a Sus discípulos un Consolador, de Su mismo linaje e igual de rico en amor, el Espíritu Santo, que proviene del Padre (y no del Hijo), para que se quedase por siempre con la Iglesia de Cristo, enseñándoles a los fieles toda la verdad y toda la justicia, alejando toda mentira e injusticia en la doctrina y en la vida, fortaleciéndolos en la fe y en el sacrificio por la fe, y para que pudieran obrar milagros para fortalecer la fe verdadera en Cristo y en el hecho que ella es redentora para todos.
En segundo lugar, Cristo ascendió a los Cielos para llenar de Sí mismo el firmamento, la tierra y todo lo que está debajo de esta, para cuidar desde lo alto de todos los cristianos, hijos y discípulos Suyos, para observar toda su vida, visible y oculta, sus esfuerzos y afanes, para alentarlos, fortalecerlos, animarlos y confortarlos, para que con esto se divulgue y se fortalezca en el mundo Su enseñanza y el Reino de Dios. Los comandantes de los ejércitos terrenales, en el curso de las batallas, suelen treparse a algún sitio alto para poder observar con minuciosidad sus dispositivos de lucha y las maniobras del enemigo, tomando las medidas correspondientes. Lo mismo hizo el Señor, nuestro Comandante y Rey, para poder seguir desde lo alto los esfuerzos de quienes se sacrifican por Su fe en la tierra: se alzó a los Cielos, para conocer los afanes secretos y evidentes de quienes creen en Él, para ayudarlos incesantemente, fortalecerlos y vencer junto a ellos, para coronarlos en la victoria.(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Despre tuburările lumii de astăzi, Editura Sophia, București, pp. 33-35)
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