martes, 5 de septiembre de 2017

Evangelio según San Lucas 4,31-37. 
Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: "¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!". Y su fama se extendía por todas partes en aquella región. 


RESONAR DE LA PALABRA

Ciudadredonda
Ante el mal, no valen paños calientes
Cafarnaún fue algo así como el “centro de operaciones” que Jesús eligió durante su vida pública. Era paso obligado de extranjeros por el comercio entre Oriente y Occidente. Un lugar idóneo para que sus enseñanzas y sus signos se extendieran de boca en boca por todos los alrededores.
Y en este centro de actividad misionera, la lucha contra el mal que atenaza al ser humano, contra todo demonio, aparece con insistencia. El mal no se da por vencido fácilmente y nos provoca constantemente. Siempre apunta a nuestro centro más hondo, como hizo con Jesús: “Sé quién eres: el Santo de Dios”.
Y así sigue actuando hoy: su estrategia se basa en tirarnos por tierra, a nosotros y nuestros hermanos. Y cuando alguien lo planta cara sólo queda una salida: “¡Calla y sal!”. Con contundencia. Los paños calientes y las ambigüedades sólo nos llevan a ser arrollados por ese mal, caer en sus halagos, despistarnos, creer que nos conoce bien porque nos da siempre en el mismo centro. La diferencia con Dios es evidente: Él también sabe quiénes somos en lo más profundo -mejor que nosotros mismos-, pero nunca nos tira por tierra; más bien nos pone en pie sin hacernos daño alguno. No nos dejemos enredar por ningún mal endemoniado. No hagamos pactos aparentemente inocentes. La respuesta de Jesús es clara: “¡Calla y sal!”.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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