martes, 5 de septiembre de 2017

Meditación: Lucas 4, 31-37


San Lucas nos cuenta hoy que, cuando Jesús liberó al joven endemoniado, todos se quedaron maravillados y se preguntaban: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen” (Lucas 4, 36).

Jesús demostraba la autoridad de sus palabras con obras extraordinarias y la gente se quedaba asombrada.

Pero la realidad es que las acciones son tan elocuentes hoy como lo fueron en tiempos de Jesús. Es más posible que la gente crea que Dios es bondadoso cuando vea el efecto que su amor y su poder tienen en la vida de las personas. Edith Stein (ahora Santa Teresa Benedicta de la Cruz), por ejemplo, se convirtió al cristianismo en parte por haber visto que una cristiana amiga suya soportaba con serenidad la muerte de su esposo.

En lugar de echarse a morir de dolor y sentirse agobiada por la desesperación o la autocompasión, esta amiga fue capaz de mantener la serenidad e incluso no perder la esperanza. Su fortaleza interior la llevó incluso a consolar a sus amigos que también sufrían; para Edith, que era judía, esta fe fue una señal conmovedora de la verdad y el poder de Cristo. No mucho después, ella se convirtió al catolicismo y tomó el hábito carmelita.

Más tarde, a la propia Edith le tocó enfrentar su martirio en el espantoso campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. Sin embargo, desde el día de su muerte, el relato de su vida ha sido para muchas personas un admirable ejemplo de valentía, fe y convicción, de manera que ella misma llegó a ser para otros una señal irrefutable de la verdad que encierra el mensaje del Evangelio.

Dios nos ha puesto en el mundo para ser sus embajadores y llevar la buena noticia de Cristo al mundo. Todos tenemos la posibilidad de influir en los demás por la forma en que vivimos. Así pues, con la ayuda del Señor, dispongámonos a perdonar, compartir con los pobres y actuar con amor y serenidad en las pruebas y dificultades.

A veces los sufrimientos parecen ser más de lo que podemos soportar, pero el Señor nos ha prometido: “Vengan a mí todos los que estén cansados y atribulados…” (Mateo 6, 28). Hagámoslo.
“Cristo Jesús, Señor y Dios mío, gracias por el don de tu Espíritu, que me enseña y me prepara para irradiar tu luz en este mundo. Cada día haz que me asemeje más a ti, para que el mundo crea que realmente viniste a salvarnos y darnos la vida eterna.”
1 Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11
Salmo 27(26), 1. 4. 13-14

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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