“Señor… yo no soy digno. “(Lucas 7, 6).
El centurión de este pasaje, que no es judío, tiene una fe magnífica. Confiesa humildemente que no es digno de que el Señor entre en su casa, e incluso envía a importantes personajes judíos para abogar por su caso, porque considera que no sería apropiado que él, un pagano, le hablara a un judío santo.
Ahora, contrastemos las palabras de los judíos que le hablaron al Señor: “Merece que le concedas ese favor.” Le dicen esto por la generosidad que el centurión había tenido con ellos (Lucas 7, 4).
¿Cuál de estas dos formas es la correcta? ¿Es indigno el centurión o merece la ayuda? ¿Debe él pedir la curación de su servidor sobre la base de sus buenas obras para los judíos, o debe postrarse a los pies de Cristo pidiendo misericordia y gracia inmerecida?
Como en tantas otras situaciones, la respuesta es sí y no. Y esa es una buena noticia para nosotros. A veces nos olvidamos fácilmente de que dependemos de la misericordia de Dios hasta para el aire que respiramos. Cada atributo bueno que tenemos es un regalo de su mano generosa. También podemos pensar que “merecemos” algún favor del Señor por la fidelidad que le hemos demostrado. Pero, en realidad, somos nosotros quienes le debemos a él todo lo que somos y tenemos. Él es nuestro Salvador, nuestro consejero en toda la vida; pero es nuestro Señor, no nuestro vecino.
Al mismo tiempo, Dios quiere que sepamos que él ve cada cosa buena que hacemos y que le agrada; él ve cada obra de bondad, escucha cada oración de arrepentimiento y confianza que elevamos, y siente la compasión que tenemos por otras personas. Todas estas acciones lo mueven a responder con amor, sanación y gracia.
Mientras más nos acercamos al Señor, nos hacemos más humildes y audaces al mismo tiempo. Estamos conscientes de que nosotros no somos dignos, pero también sabemos que nuestro Dios es misericordioso. La Iglesia nos ayuda a tener presente este equilibrio haciéndonos repetir las palabras del centurión en cada Misa, justo antes de atrevernos a acercarnos al altar y recibir a Jesús en la comunión. ¡Quiera el Señor que todos seamos como el centurión, llenos de la humilde confianza de la fe!
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.”1 Timoteo 2, 1-8
Salmo 28(27), 2. 7-9
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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