miércoles, 20 de septiembre de 2017

Meditación: Lucas 7, 31-35


San Andrés Kim Taegon, presbítero y San Pablo Chong Hasang y Compañeros, mártires

Jesús conocía a quienes les predicaba. Los comparaba con los niños que juegan en la plaza, porque sabía que cualquier cosa que él dijera o hiciera, los “hombres de esta generación” no reaccionarían correctamente. Si hablaba con alegría del amor de Dios, le llamaban irresponsable e ilusorio; si les señalaba su pecado y el juicio de Dios, decían que era fatalista. Jesús sabía que la gente tropezaba no sólo con las palabras que él escogía, sino con su propia persona y su invitación a arrepentirse del pecado. No querían cambiar, de modo que lo rechazaban porque les hacía ver su condición de desobediencia e hipocresía.

Jesús lo sabía, pero también sabía que los que recibieran el Evangelio comprobarían la verdad de que sólo aquellos que han recibido la sabiduría de Dios lo reconocen. Esta “sabiduría” es el plan de Dios para nuestra salvación, el mensaje del Evangelio que se revela a todo el que lo recibe y ora para ser fiel. Los que ven la verdad del mensaje de Jesús y lo ponen en práctica sienten gratitud por la sabiduría que se les ha concedido.

El problema es que a veces oímos las palabras del Señor, pero no las tomamos en serio, nos quedamos indiferentes como si nada fuera a sucedernos, al menos a nosotros. Es preciso, pues, analizar nuestras actitudes y razonamientos para ver si estamos tomando en serio al Señor: ¿Acaso no desestimamos las verdades del Evangelio porque no coinciden con los valores populares del siglo XXI? ¿Consideramos que cumplimos nuestro deber religioso limitándonos a ir a Misa el domingo? ¿O creemos de verdad que Dios quiere que su pueblo aprenda a amarse, ser solidario y ayudarse mutuamente a poner en práctica los talentos que cada uno tiene para la edificación de todo el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia?

Todos podemos recibir la sabiduría de Dios. No es necesario ser intelectualmente brillante ni sumamente espiritual para conocer a Dios. Lo que necesitamos es ser humildes y admitir que no lo sabemos todo. Presentémonos, pues, diariamente ante el Señor y pidámosle sabiduría y entendimiento. Sólo así podremos conocer la “palabra de vida” (1 Juan 1, 1).
“Señor Jesús, úngeme con tu gracia para que no sólo escuche yo tu Palabra con atención, sino también la ponga en práctica cabalmente en mi vida.”
1 Timoteo 3, 14-16
Salmo 111(110), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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