San Pío de Pietrelcina, presbítero
A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios. (Lucas 8, 10)
La parábola del sembrador enseña que una vez que la Palabra de Dios queda plantada en nuestro corazón, tenemos que decidir qué vamos a hacer con ella. Jesús lo dijo bien claro: Si la semilla no echa raíz, no seremos capaces de soportar las dificultades. El terreno fértil es ese “corazón bueno y dispuesto” del que habla el Señor (Lucas 8, 15). Cuando la semilla de la Palabra de Dios encuentra corazones como éste, brota, crece y da buen fruto. La parábola implica que todos debemos preparar bien el terreno de nuestro interior, para que cuando el sembrador deje caer la semilla, estemos deseosos de recibirla y nutrirnos de la vida que ella lleva dentro.
¿Cómo se llega a ser terreno fértil? Podemos empezar por pedirle al Espíritu Santo que suscite en nosotros un gran deseo de experimentar el poder transformador de la Palabra de Dios. También podemos ofrecernos al servicio de Dios, de modo que la “semilla” eche raíces profundas y dé fruto abundante. La oración diaria, la lectura meditada de las Escrituras y la participación en la vida sacramental de la Iglesia son la nutrición que necesita el corazón para que la semilla crezca y fructifique.
Pero, además de un corazón noble y bueno, necesitamos tener paciencia para que el fruto sea del “ciento por uno”. En la vida cotidiana siempre encontramos tentaciones, problemas y dificultades y es posible que nos sintamos atraídos por “las riquezas y los placeres de esta vida”. Sin embargo, Dios es quien reina en los corazones que aman su palabra y echan raíces en ella; él nos protegerá cuando seamos tentados a seguir el camino fácil, o cuando las responsabilidades de la vida nos exijan más tiempo y atención. Jesús, la Palabra de Dios, guardará nuestro corazón y nuestros razonamientos, y si esperamos su acción con fe y paciencia, jamás nos defraudará.
Pidámosle al Espíritu Santo que siembre su palabra en lo profundo de nuestro ser para que nada ni nadie —ni Satanás, ni tentaciones, ni riquezas, ni preocupaciones, ni los placeres de este mundo— la arrebate de nosotros.
“Padre celestial, concédeme un mayor deseo de recibir tu palabra y que mi corazón sea un buen terreno para que la semilla de tu palabra eche raíz y dé fruto.”1 Timoteo 6, 13-16
Salmo 100(99), 1-5
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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