XXII Domingo del tiempo Ordinario
Los discípulos se quedaron asombrados y tristes cuando Jesús les dijo que debía ir a Jerusalén para sufrir y morir. Simplemente no podían entender que Dios fuera a abandonar a su enviado, aquel a quien Pedro acababa de proclamar como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16). ¡Era absurdo! Pero cuando Pedro trató de disuadirlo, Jesús lo reprendió severamente: “¡Apártate de mí, Satanás… tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!” (Mateo 16, 23).
Pedro no fue el primero ni el último que tuvo dificultades para entender la voluntad de Dios, porque veía las cosas con ojos humanos, tal como nosotros.
Dios llamó a su servicio a Pedro y al profeta Jeremías, lo que es un privilegio y un desafío a la vez. El privilegio consiste en que el discípulo adquiere una estrecha amistad con Dios, fuente del amor. En la Última Cena, Jesús dijo a sus seguidores: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (Juan 15, 15). Piensa en lo extraordinario que es ser conocido por Cristo como amigo, el privilegio de percibir el pensamiento de Jesús, cuando el mismo Señor te da a conocer su plan perfecto y su generosidad. ¡Qué honor más grande!
El desafío consiste en las dificultades que se van encontrando por el camino que hemos de seguir en esta amistad con Dios, porque la limitada inteligencia humana choca con el misterio de la sabiduría divina. Dios desea darnos una visión más amplia y una comprensión más profunda de lo que él hace, pero es un proceso que a veces resulta difícil o penoso. Así como a un niño le cuesta imitar la destreza de sus padres, también el discípulo va creciendo en sabiduría, a medida que crece en la fe y acepta cada vez más la acción de Dios.
“Amado Señor, ilumina nuestro entendimiento para reconocer tu voluntad divina y transformar nuestros razonamientos y criterios para ser buenos instrumentos en tus manos.”Jeremías 20, 7-9
Salmo 63(62), 2-6. 8-9
Romanos 12, 1-2
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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