El amor de Dios es absoluto y se da gratuitamente, sin límites, no de acuerdo a nuestros merecimientos. Sin embargo, debemos esforzarnos en ser dignos de él, trabajando para poderlo recibir y vivir.
Dios no espera de mí lo que no tengo. Dios no necesita de nuestro amor, Él es el Amor. Y Él irradia y comparte ese amor. Dios espera que aceptemos Su amor. Nada más. Lo que le puedo ofrecer yo, entonces, es mi respuesta a Su amor. Pero Él no necesita de mis dones. De lo contrario, creería que es igual de irascible que yo, y que debe ser apaciguado con algo. Pero el Espíritu no es esto.
¿Cómo podría pedirme Dios lo que no tengo y cómo podría pedirle yo a otro lo que no tiene? De esas pretensiones nacen todos los crímenes. Nosotros vivimos en una carencia absoluta y Dios quiere darnos y rebosarnos de aquello que tiene en abundancia.
Luego, necesito descubrir y creer que Dios es amor y que quiere mi salvación, mi felicidad, mi alegría, y que yo viva en el amor y por medio del amor. Con esta conviccción habré de sanarme y enmendar mi mente, que piensa, “psicológicamente”, “¿lo merezco o no lo merezco?”.
El amor de Dios es absoluto y se da gratuitamente, sin límites, no de acuerdo a nuestros merecimientos. Sin embargo, debemos esforzarnos en ser dignos de él, trabajando para poderlo recibir y vivir.
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Uimiri, rostiri, pecetluiri, Ed. Doxologia, Iași, 2012, pp. 35-36)
fuente Doxologia
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