Así más que los éxtasis y visiones, las sencillas y exigentes palabras del evangelio son la fuente de una paz que nada puede turbar. Este es el testamento espiritual de María de la Encarnación:
«Hay sólo dos cosas que cuentan para el alma: la primera es la práctica de las máximas del evangelio, o al menos un esfuerzo continuo para practicarlas. El otro es la dulce familiaridad con Dios, cultivarle, y por decirlo de alguna forma, entretenerse con él».
«Dios ama infinitamente las almas apacibles y pacificas y se complace en hablarles al corazón».
Loew, Jacques, La vida a la escucha de los grandes orantes, Narcea, Madrid, 1988, p. 116.
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