“El amor de Dios por el peor de los pecadores es más grande que el amor por Dios del mayor de todos los santos”.
A nosotros nos corresponde confiar en Dios y en Su bondad. En el Salmo 102 se nos dice que: “Cuanto los cielos se alzan sobre la tierra, así es de grande su amor para los fieles; cuanto dista el oriente del occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas”. ¡Y qué lejos está el oriente del occidente! No dice: “cuanto dista el oriente de mí” o “cuanto dista el occidente de mí”, sino “cuanto dista el oriente de occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas”. Estas son palabras verdaderas, son palabras de las que damos testimonio; por eso es que tenemos confianza y alegría en el milagro de la Resurreción, porque todo eso ocurrió para nosotros, para el bien del mundo. Es decir que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a este mundo y padeció, fue crucificado y resucitó de entre los muertos. ¿Para qué? ¡Para nuestro propio bien!
No es posible que no estemos bien, si nos ajustamos al bien que Dios quiere otorgarnos. Creo que ya les he contado otras veces esto, pero lo voy a repetir: en nuestro monasterio hubo un sacerdote extraordinario (el padre Arsenio Boca), quien siempre insistía: “El amor de Dios por el peor de los pecadores es más grande que el amor por Dios del mayor de todos los santos”.
Y nosotros creemos en ello. Son cosas que vienen a alentarnos, a hacernos perder todo temor, ¡porque el Señor está con nosotros! Y si Él está con nosotros, ¿quién podría estar en nuestra contra? “Que se levante Dios y que se desvanezcan Sus enemigos”... ¿Cómo y cuándo? Cuando Él resucita en nuestra alma, cuando la Resurrección se hace realidad en nosotros, cuando nuestra renovación toma lugar. Pero, mientras sigamos con los pecados de nuestro “yo” viejo, mientras nos mantengamos en el pecado de los incrédulos, ni siquiera deberíamos contarnos entre los creyentes. ¿Cuál es, entonces, la medida de la fe? La medida de tu propia vida. ¡Tal como es tu vida, así es también tu fe! En vano te haces llamar “cristiano”, si tus actos son indignos de tal nombre. En vano pretendes que los demás te cuenten entre los santos, si tus actos son los de un pecador, los de un infame. ¿Entiendes?
(Traducido de. Părintele Teofil Părăian, Învierea lui Hristos, înnoirea vieţii nostre, Editura Doxologia, p. 39-41)
Fuente: Doxologia
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