La vida parece más leve y colorida cuando tenemos el apoyo de alguien. Amar y sentirse amado nos ayuda en nuestros trabajos, mejora nuestra calidad de vida y nuestras relaciones. Sentirse amado parece ser la fórmula para resolver nuestros problemas; pero, en la contramano de nuestra vida puede surgir la falta de ese amor: ¡la carencia!.
Lamentablemente muchos de nosotros hemos sufrido, estamos sufriendo y sufriremos los efectos malévolos de este sentimiento. ¿Quién ya no presenció la historia de alguien que – por estar viviendo un periodo de carencia- buscó sufrir el amor que no logra encontrar en si mismo? En muchas ocasiones, estas relaciones se iniciaron en una noche en que –cansada de estar sola-, la persona sale literalmente a cazar a alguien. Animada con la ayuda de algunas dosis de bebida alcohólica y con el apoyo de algunos “amigos”, se lanza a los brazos de aquel cuyas verdaderas intenciones podrían cuestionarse. Deseando no terminar la noche sola, se inicia ahí una relación que puede durar apenas unos días; quien sabe algunos meses o incluso hasta el amanecer…
Lo que todos buscamos es una relación estable, es que nos de seguridad, amor recíproco y complicidad, los que, juntas, traen luz a nuestras vidas. La persona que deseamos encontrar, ciertamente no es aquella que nos roba un beso o intenta llenar el vacío de nuestras carencias con un placer efímero, el que sólo va a aumentar aún más el sentimiento de dependencia.
En algunas relaciones, el carente vive como si quisiera comprar la compañía del otro, colocándolo en un pedestal y haciendo de él el “sol” de su vida… Se dona enteramente a este, dejando de lado su propia vida solo para vivir en función de la persona que cree que puede suplir sus necesidades. Familia, amigos, trabajo, estudios y otras actividades quedan en un segundo plano, simplemente para tener más tiempo para dedicar a esa persona que considera ser “la ayuda adecuada”.
Aunque perciba en su “novio” algún comportamiento desagradable, le falta valentía para exigir que cambie algunos hábitos, satisfaciéndose con la frialdad de la indiferencia. La baja autoestima la elude, haciéndole creer que peor sería no tener su compañía. Cree que cuanto más haga por su compañero, tanto más se podrá sentir amada. Al principio, la persona –que es objeto de la carencia– le puede hasta gustar los cariños, mimos y tiempos dispensados, pero después se cansará, perdiendo el interés por la relación. Y en el intento de lograr escapar de los tentáculos sofocantes de alguien así comenzará a maltratar a aquella persona que se terminó anulando.
Con miedo a no tener la compañía del otro, la persona carente, muchas veces, se somete al menosprecio y hasta a los maltratos de su compañero. Faltándole valentía para romper con la dependencia se entrega al otro hasta que este se canse y tome la iniciativa de abandonar la relación, la cual nunca debió iniciarse bajos los efectos de un cóctel de emociones desordenadas.
Para evitar caer en la tela de araña de la carencia es importante tener en claro los objetivos que anhelamos y buscamos vivir. Solamente de esta forma podremos dar inicio a la conquista de una relación segura y sana. La persona –con quien buscamos compartir nuestras vidas– necesita manifestar madurez y disposición para mantener una relación estable en la cual crezcamos juntos. Y eso ciertamente no lo hallaremos en un encuentro casual.
No podemos olvidar que en una relación vivimos una vía de dos manos, o sea, si podemos donarnos al compañero(a) con gestos de cariño y atención, buscando mejorar la salud de la relación, lo que recibimos tiene que ser igual de verdadero. Si falta alguno de estos valores en nuestras relaciones, necesitamos cuestionarnos si no estamos viviendo solamente al margen de nuestra propia carencia.
Dios te bendiga,
Un abrazo
Un abrazo
Dado Moura (www.dadomoura.com)
Autor de los libros “Relaciones sanas, lazos duraderos” y “Lidiando con las crisis”.
Autor de los libros “Relaciones sanas, lazos duraderos” y “Lidiando con las crisis”.
Columnista del portal “Cançao Nova”.
fuente: Portal Canción Nueva
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