Hay un proverbio que dice: “un hombre motivado llega a la luna, sin motivación no atraviesa la esquina”.
Es un momento de reflexión, de mirar para el año que pasó y hacer una evaluación sobre lo que hicimos bien para mantenerlo durante el nuevo año y sobre lo que hicimos mal, para dejarlo o corregirlo. Agradecer las gracias que recibimos de Dios y pedir perdón por nuestros errores. Continuar el camino en búsqueda de la perfección querida por Dios.
Necesitamos tener metas personales para el año nuevo, sin eso nada se realiza bien. El objetivo general debe ser madurar y crecer en la fe, en la espiritualidad, en el amor a las personas, en el desapego de las cosas transitorias, en fin, hacer que el alma crezca. San Pablo nos recuerda que “no importa que el cuerpo desfallezca, siempre que el espíritu se renueve” y también “nuestra tribulación presente, momentánea y ligera nos prepara un peso eterno de gloria sin medidas” (2 Cor 4,16).
Para eso, mantener la lucha constante contra los pecados, aprovechar mejor el tiempo que Dios nos da, mejorar la calidad de la oración y de la meditación diaria, recibir bien los sacramentos, ejercitar la paciencia y no murmurar en las contrariedades, vivir en la fe, confiando en Dios. No dejarse vencer por el mal humor.
La elección de metas, no muchas, debe hacerse encima del examen de lo que no hicimos bien en el año que acabó. ¿Qué necesito cambiar? Ser bien objetivo y práctico. En seguida perseguir esas metas con perseverancia, pidiendo a Dios la gracia de cumplirlas con calma y alegría, sabiendo recomenzar sin fallar, pero no desanimar ni desistir. Santa Teresa de Jesús aconsejaba: “Importa mucho, en toda, una gran y determinada fuerza de no parar hasta llegar a la meta, venga lo que venga, pase lo que pase, cueste lo que cueste, murmure quien murmure”.
Alguien dijo que “todo vale la pena cuando el alma no es pequeña”. Si nuestras metas son “pequeñas”, el Año será pequeño. No podemos tener solo como metas objetivas temporarias: y así sucesivamente. Esas aspiraciones, si no son tomadas como un fin, sino como un medio, no están mal, pero son insuficientes para satisfacer nuestra alma, pues ella tiene sed del Infinito.
¡Dios tiene planes para nosotros! Y Él nos muestra su voluntad en nuestra vida diaria, en cada acontecimiento que nos envuelve. Por medio de ellos, Dios nos corrige, purifica, aunque muchas veces estén cargados de dolor y de lágrimas. Esto no quiere decir que no estemos felices, al contrario.
Jesús enseña como el cristiano debe vivir cada día del año: “Buscad en primer lugar el Reino de Dios y su justicia y todas las cosas llegarán en añadidura” (Mt 6,33).
Esto quiere decir “Dios en primer lugar” en Año Nuevo. “Amar a Dios sobre todas las cosas” es el Mandamiento más importante. Entonces, es necesario “hacer la voluntad de Dios” y aceptar lo que Dios permite que ocurra en nuestra vida durante este Año, sabiendo vivir cada acontecimiento en la fe. San Pablo dice que “el justo vive por la fe” (Rom 1,17), y “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6).
No te preocupes con el futuro, vive bien el presente, en la comunión permanente con Dios que habita en nuestra alma. No somos dignos de eso, pero Él así lo quiere. Trabajando con honestidad y competencia, hoy, estás preparando tu futuro, el de tu familia, sin estrés.
Una orientación segura es esta, que San Pablo nos dejó: “Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres” (Col 3,23)
Hazlo todo para el Señor: la casa que limpias, la ropa que lavas, el bebé que alimentas, el marido al que consuelas, el enfermo al que operas, y tendrás un Año Nuevo Feliz!
Es esto lo que deseamos, en este Año Nuevo de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. El Año de El, pues El es el Señor de la historia. No tengas miedo, El, Resucitado, caminará con nosotros cada día.
fuente portal Canción Nueva
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