sábado, 31 de enero de 2015

Los siete Domingos de San José - Primer Domingo

El Sumo Pontífice Gregorio XVI en 22 de enero de 1836 concedió á todos los fieles que, á lo menos con corazón contrito, recen devotamente las oraciones de los Gozos y Dolores en siete domingos continuos, las siguientes Indulgencias: 300 días en cada uno de los seis primeros domingos; plenaría en el séptimo confesando y comulgando.
El Papa Beato Pío IX, en 1 de febrero de 1847, se dignó conceder una indulgencia plenaria para cada uno de los siete domingos de San José, si se observan las condiciones de confesión, comunión y visita en cualquier templo, rogando por las necesidades del Sumo Pontífice y de la
santa Iglesia. No hay época señalada para practicar la devoción de los siete domingos; pero sí se exige que sean seguidos, sin interrupción, y que en cada domingo se recen todos los siete Dolores y Gozos de San José; rezando en cada uno de ellos el Padrenuestro, Avemaria y Gloria. Se recomienda a la piedad de los fíeles que en cada domingo lean una de las meditaciones que van  continuación.
Las indulgencias son aplicables para las almas del purgatorio.

P.S. Ver nuevo Enchiridion Indulgenciarum. 


Primer domingo.
+En el Nombre del Padre +y del Hijo +y del Espíritu Santo.


Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos.

¡Dios y Señor mió, en quien creo, en quien espero y á quien amó sobre todas las cosas! al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido yo á vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga á exclamar: ¡ Piedad, Señor, para este hijo rebelde i perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver á pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia; pero os la pido por los méritos de vuestro padre nutricio San José. Y Vos, gloriosísimo abogado mío, recibidme bajo vuestra protección, y dadme el fervor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén.

Ofrecimiento
Glorioso Patriarca San José, eficaz consuelo de los afligidos y seguro refugio de los moribundos; dignaos aceptar el obsequio de este Ejercicio que voy a rezar en memoria de vuestros siete dolores y gozos. Y así como en vuestra feliz muerte, Jesucristo y su madre María os asistieron y consolaron tan amorosamente, así también Vos, asistidme en aquel trance, para que, no faltando yo a la fe, a la esperanza y a la caridad, me haga digno, por los méritos de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo y vuestro patrocinio, de la consecución de la vida eterna, y por tanto de vuestra compañía en el Cielo. Amén.

Primer dolor y gozo
Esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais sin saber si debíais abandonar o no a vuestra esposa! ¡Pero cuál no fue también vuestra alegría cuando el ángel os reveló el gran misterio de la Encarnación!
Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte, semejante a la vuestra asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Segundo dolor y gozo
Bienaventurado patriarca glorioso S. José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre, el dolor que sentisteis viendo nacer al Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.
Por este dolor y gozo alcanzadnos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles y a gozar de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Tercer dolor y gozo
Ejecutor obediente de las leyes divinas, glorioso San José, la sangre preciosísima que el Redentor Niño derramó en su circuncisión os traspasó el corazón, pero el nombre de Jesús que entonces se le impuso, os confortó llenándoos de alegría,
Por este dolor y por este gozo alcanzadnos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos con el nombre de Jesús en el corazón y en los labios,
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,

Cuarto dolor y gozo
Santo fiel, que tuvisteis parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José, aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María, os causó dolor, sin embargo os llenó también de alegría, anunciándoos al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa que de ahí se seguiría para un gran número de almas.
Por este dolor y por este gozo, conseguidnos ser del número de los que por los méritos de Jesús y por la intercesión de la Virgen María han de resucitar gloriosamente.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,

Quinto dolor y gozo
Custodio vigilante del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, ¡cuánto sufristeis teniendo que alimentar y servir al Hijo de Dios, particularmente a vuestra huida a Egipto!, ¡pero cuán grande fue vuestra alegría teniendo siempre con vos al mismo Dos y viendo derribados los ídolos de Egipto.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos alejar para siempre de nosotros al demonio, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos gozosos en su amor.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,

Sexto dolor y gozo
Ángel de la tierra, glorioso San José, que pudisteis admirar al Rey de los cielos, sometido a vuestros más mínimos mandatos, aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor a Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el Ángel vivisteis dichoso en Nazaret con Jesús y María.
Por este dolor y gozo, alcanzadnos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo, de poseer la paz de la conciencia, de vivir seguros con Jesús y María y de morir también asistidos de ellos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,

Séptimo dolor y gozo
Modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta que lleno de gozo, le encontrasteis en el templo, en medio de los doctores.
Por este dolor y este gozo, os suplicamos con palabras salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor para que no nos suceda jamás perder a Jesús por algún pecado grave. Mas si por desgracia le perdemos, haced que le busquemos con tal dolor que no nos deje reposar hasta encontrarle favorable, sobre todo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y a cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Antífona
Jesús mismo era tenido por hijo de José, cuando empezaba a tener como unos treinta años. Rogad por nosotros, San José, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

Oración Final
Oh Dios, que con inefable providencia, os dignasteis elegir al bienaventurado José por esposo de vuestra Santísima Madre, os rogamos nos concedáis tener como intercesor en los cielos al que en la tierra veneramos como protector. Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.


MEDITACIÓN.
María y José, fieles al voto de virginidad que habían hecho, vivían como ángeles en su pobre casa de Nazaret; cuando por obra del Espíritu Santo concibió María en sus castísimas entrañas al Hijo de Dios, José concibió el proyectó de separarse de su esposa, y de hacerlo ocultamente, porque no resultase infamia para María. Aunque en general los Doctores explican esta resolución fundándola en que José ignoraba el misterio de la encarnación.

Turbado con estos pensamientos, pensaba él humilde José huir de su casa y de su esposa virginal, cuando he aquí que el ángel del Señor se le aparece, y le dice; «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir á María tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su seno es obra del Espíritu Santo.»

San Juan Crisóstomo nos declara que el arcángel Gabriel llamó á José por su nombre para infundirle confianza, y le recordó su origen de David para que tuviera 3 en cuenta el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho al Rey Profeta: que el Mesías nacería de su descendencia.

Las palabras del ángel inundaron el corazón de José de inefable júbilo. Recobrado de su turbación, fue tan grande su gozo, que exclamaría como el Salmista: «Vuestros consuelos, oh Señor, pie han regocijado tanto el alma cuanto era grande la muchedumbre de mis padecimientos.» Así pues, en un instante apaciguó Dios la tormenta que agitaba el corazón de José, y le restituyó acrecentada con mucho su dulce tranquilidad. Ved aquí lo que acontece á las almas que se someten á la voluntad de Dios con entera confianza. «Por obra de vuestra misericordia, oh Señor, habéis querido que á la tempestad siga la calma, y que después de la aflicción y de las lágrimas, venga la alegría á los corazones.» Así se expresaba en su agradecimiento aquel santo varón Tobías, tan afligido con trabajos, y tan grandemente consolado por el Señor.

¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de conformarnos siempre y en todas las cosas con la justísima, altísima y amabilísima voluntad de Dios. Amén.

EJEMPLO.
Una distinguida señora escribía con fecha 29 de enero de 1866, á una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José.

Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en un completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y 4 cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados á aquella oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido. Cayó enfermo el infeliz, y puso se de cuidado: entonces fue cuando la caritativa señora, alarmada por el estado crítico de su querido anciano, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma, que tanto había costado al divino Redentor; y acordándose del grande poder del Patriarca Señor San José (de quien era muy devota) para socorrer á los moribundos, le suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la devoción de los Siete Domingos en memoria de sus dolores y gozos, esperando que le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba. ¡ Cosa admirable! Ya en el primer domingo sintió la eficacia de su oración: fue un sacerdote á visitar al enfermo; éste lo recibió muy bien; le insinuó que quena confesarse; hizo en efecto una confesión entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente. Á pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama á su Dios, á quien había olvidado por tan largo tiempo, y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró y con ella una prenda de la gloria. ¡ Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete Domingos, mueva á otras buenas almas á practicarla para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan!

Obsequio
Callaré y sufriré sin replicar cuando me culpen sin motivo. Jaculatoria. Glorioso Señor San José, sed mi abogado en esta vida mortal.

Abundantísimo fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos consagrados á honrar al excelso Patriarca Señor San José, si los obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con cuidado en todos los días de la semana.

Para mas agradar al santo Patriarca, puédese rezar la letanía que va al fin. 

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