La
gracia de Dios se manifiesta en medio de nuestra lucha –es socorro para nuestra
fragilidad. El poder de Dios se afirma en nosotros cuando estamos impotentes y
sin condiciones de seguir adelante.
Cuando
ya no podemos más nada y no sabemos más qué hacer, Dios derrama sobre nosotros
un consuelo sobrenatural como fuerza para nuestra debilidad y remedio para
nuestro sufrimiento. En medio de todas esas tribulaciones, hacemos una
experiencia carismática que nos llena de profunda alegría espiritual.
Qué
gran gracia es el don de lágrimas, esto es, la gracia que Dios concede a una
persona de derramar sobre sus pecados, lágrimas de contrición que, en su
intimidad, van transformándose en lágrimas de amor y de alegría por causa del
corazón nuevo que Dios mismo le da.
Jesús
cuenta que «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les
repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida
licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel
país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de
los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él
hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero
nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi
padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora
mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y
contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros".
Entonces partió y volvió a la
casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero
el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y
vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el
ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,porque mi hijo estaba muerto y
ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la
fiesta.” Lucas 15 11 24
Esta
historia Jesús nos la cuenta para decir que el Padre de los cielos tiene los
brazos siempre abiertos para recibir de vuelta a los que lo abandonan.
Abrazando al joven, el Padre dice que él estaba muerto y revivió. San Agustín
explica que, cuando el alma abandona el cuerpo, sucede la muerte física.
Cuando
el alma abandona a Dios, se da una muerte espiritual. Pero por las lágrimas y
por el abrazo misericordioso del Padre, un alma que estaba muerta vuelve a
vivir. Dios mismo le devuelve la paz y la alegría. Así como hizo con el hijo
pródigo, Dios toma en los brazos a la persona destruida por el desánimo y por
la tristeza y la restaura enteramente. Jamás será el mismo aquel que, habiendo
experimentado el infierno en su alma, encontró de nuevo el cielo en el regazo
del amor de Dios. En los brazos del Padre, el hijo llora no solamente por sus
pecados, sino principalmente por la dulce experiencia del perdón. Ya no sabe
decir si llora por causa de sus propias heridas y pobreza, o si llora por causa
del excesivo amor de Dios, que lo abraza y lo cura de su enfermedad. Así es el
amor de Dios: recibe de vuelta a quien no merece perdón; se entrega por entero
a quien lo despreció.
Márcio Mendes
Libro "O dom das lágrimas"
editora Canção Nova
adaptación del original en português
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