En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»Palabra del Señor
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Comentario al Evangeliopor Fernando Torres Pérez, cmf
Cuando era pequeño vi en la televisión un teatrillo muy simpático. Representaba una escena del futuro en el que un paciente iba al médico. Todas sus enfermedades eran complejas y graves pero los avances médicos hacían que todo se solucionase con una simple pastilla. Hasta que al irse el enfermo le dijo al doctor que unos días antes se había quedado frío y sentía los síntomas de un catarro. Aquí el atento doctor dijo que eso necesitaría unos cuantos días de reposo, procurar abrigarse y no pasar frío. El enfermo se rebeló. “¿Es que no hay una pastilla para el catarro?” Pues no. Y al enfermo no le gustó la respuesta.
Me he acordado al ver la reacción de Naamán el sirio. Había pensado que el gran profeta de Israel haría un milagro con su lepra. No fue así. Le pidió que se bañase hasta siete veces (muchas) en el Jordán. Hasta que su carne quedase limpia. Naamán pensaba que él tenía un nivel social que no le permitía rebajarse a esos baños en el Jordán. Menos mal que sus mismos criados le convencieron de que probase. Y quedó limpio.
En el Evangelio Jesús nos recuerda que nadie es profeta en su tierra. Le diría a Jesús que el problema no es estar en su tierra o fuera de ella. El problema es que el profeta, el verdadero profeta, suele decir cosas que no nos gustan. Y como no nos gustan –aunque las más de las veces sabemos que lo que dice es la mera verdad–, solemos decir que no es profeta o que habla por la boca de Belcebú o cualquier cosa con tal de desautorizar sus palabras y no tener que escucharle. Es como el que va al médico con mucha tos y el médico le dice que deje de fumar. ¿Cuántos son los que prefieren irse a otro médico esperando que les diga lo que ellos quieren oír? Dicen en mi tierra que “no hay peor sordo que el no quiere oír.”
Lo que nos dice Jesús es casi de sentido común: que es mejor perdonarnos y amarnos unos a otros que vivir en perpetua guerra; que vivir es esfuerzo y trabajo por ser coherentes, por ser libres; que amar no es decir palabras bonitas sino manifestarlo en los hechos concretos de cada día; que no se trata de aparentar sino de vivir desde dentro y aceptar con humildad nuestras limitaciones. Y muchas más cosas que a veces no nos gusta oír pero que son verdades como puños.
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