lunes, 16 de noviembre de 2015

Fe, duda, noches oscuras y madurez


Ron Roheiser
Trad. Benjamín Elcano
Lunes, 16 de noviembre de 2015
publicación original Ciudad Redonda

En uno de sus libros sobre oración contemplativa, Thomas Keating comparte con nosotros una especialidad que usa ocasionalmente en la dirección espiritual. La gente viene a él, compartiendo cómo solían tener un vivo y sólido sentido de Dios en sus vidas, pero ahora se quejan de que toda esa viveza y confianza ha desaparecido y les ha dejado luchando con la fe y luchando por orar como solían hacerlo. Sienten un profundo sentido de pérdida, e invariablemente esta es su pregunta: “¿En qué me he equivocado?”. Keating responde:¡Dios se ha equivocado contigo!
Su respuesta, en esencia, dice esto: A pesar de tu dolor, hay algo muy acertado contigo. Has cambiado un pasado en que eras neófito religioso, un pasado con una etapa iniciática de crecimiento religioso que era acertada para ti en su tiempo, y ahora estás siendo guiado a una fe más profunda y no menor. Además, esa pérdida de fervor te ha traído una madurez más profunda. Así, en efecto, lo que preguntas es esto: Religiosamente, solía estar seguro de mí mismo y, sin duda, probablemente algo arrogante y crítico. Sentía que entendía a Dios y la religión, y miraba el mundo con cierto desdén. Después, el suelo de mi fe y mi certeza se derrumbó, y  ahora me encuentro mucho menos seguro de mí mismo, considerablemente más humilde, más empático y menos crítico. ¿En qué estoy equivocado?
Preguntado de esta manera, la pregunta misma responde: Claramente, esa persona está creciendo, no retrocediendo.
¡Se ha perdido también un lugar!  Cristina Crawford escribió esas palabras describiendo su propio viaje doloroso a través de la oscuridad hacia una madurez más profunda. Para ser salvados, primeramente nos tenemos que dar cuenta de que estamos perdidos, y normalmente alguna especie de suelo tiene que derrumbarse de nuestras vidas para que lleguemos a esa realización. A veces no hay otro remedio para la arrogancia y presunción que una dolorosa pérdida de certeza de nuestras propias ideas sobre Dios, la fe y la religión. Juan de la Cruz sugiere que una fe religiosa más profunda empieza cuando -como él dice- nos esforzamos en entender más no entendiendo que entendiendo. Pero esa puede ser una experiencia muy confusa y penosa que indica con precisión el sentimiento: ¿En qué estoy equivocado?
Una curiosa y paradójica dinámica subyace en esto: Tendemos a confundir la fe con nuestra capacidad en cualquier día dado para evocar un concepto de Dios e imaginar la existencia de Dios. Además, creemos que nuestra fe es la más fuerte en esos tiempos en que tenemos sentimientos afectivos y emotivos asidos a nuestras imaginaciones sobre Dios. Nuestra fe se siente la más fuerte cuando está sostenida e inflamada por sentimientos de fervor. Los grandes escritores espirituales nos dirán que esta etapa de fervor es una  buena etapa de nuestra fe, pero iniciática, más comúnmente experimentada cuando somos neófitos. La experiencia tiende a probar esto. En las etapas anteriores de un viaje religioso es común poseer imágenes fuertes y afectivas, y sentimientos sobre Dios. En esta etapa, nuestra relación con Dios corre paralela a la relación entre una pareja en su luna de miel. En vuestra luna de miel,  tenéis fuertes emociones y poseéis cierta certeza sobre vuestro amor, pero es un lugar del que vuelves a casa. Una luna de miel es una etapa iniciática en el amor, un valioso regalo, pero algo que desaparece después de que ha cumplido su función. Una luna de miel no es un matrimonio, aunque muchas veces es confundida con él. Lo mismo sucede con la fe; las fuertes figuras imaginativas de Dios no son la fe, aunque con frecuencia son confundidas con ella.
Las fuertes figuras imaginativas y los fuertes sentimientos sobre Dios son, al fin, solamente eso, imágenes. Maravillosas, pero imágenes al fin y al cabo, iconos. Una imagen no es la realidad. Un icono puede ser bello y útil, y nos apunta en la correcta dirección, pero cuando se confunde con la realidad, viene a ser un ídolo. Por esta razón, los grandes escritores espirituales nos dicen que Dios, en ciertos momentos de nuestro viaje espiritual, “quita” nuestra certeza y nos despoja de todos sentimientos   vivos y experimentados en la fe. Dios hace esto precisamente para que no podamos volver nuestros iconos en ídolos, para que no podamos dejar que la experiencia de fe se vuelva como fin de la fe misma, a saber, un encuentro de la realidad y persona de Dios.
Algunos místicos, tales como Juan de la Cruz, llaman a esta experiencia de aparente pérdida de la fe “noche oscura del alma”. Éste describe la experiencia en que  solíamos sentir la presencia de Dios con un cierto calor y solidez, pero ahora sentimos a Dios como no existente y nos deja en duda. Esto es lo que Jesús experimentó en la cruz y esto es aquello sobre lo que Madre Teresa escribió en sus diarios.
Y mientras esa oscuridad puede confundir, puede también hacer madurar: puede ayudarnos a movernos de ser neófitos arrogantes, críticos y religiosos, a ser hombres y mujeres humildes y empáticos, viviendo dentro de una nube de lo desconocido, entendiendo más no entendiendo que entendiendo, útilmente perdidos en una oscuridad que no podemos manipular ni controlar, para ser finalmente empujados a de una genuina fe, esperanza y caridad.
foto: Luis Molinas - Publicación original Ciudad Redonda

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