lunes, 16 de noviembre de 2015

RAZÓN DE LA ESPERANZA CRISTIANA

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, “B”
(Dan 12, 1-3; Sal 15; Heb 10, 11-14.18; Mc 13, 24-32)
Razón de la esperanza cristiana
Publicación original: Ciudad Redonda - Noviembre 2015
Angel Moreno





Apoyados en los textos sagrados que se proclaman este domingo, podemos afirmar que no estamos hechos para la corrupción, ni nuestro destino es el polvo. Hemos sido creados para gozar la vida eterna. El salmista canta: “Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.” (Sal 15).
El sentido del salmo es sin duda profético, y se refiere a Jesucristo, resucitado de entre los muertos y sentado a la derecha de Dios Padre con gloria. Pero ha sido el mismo Jesús quien se ofreció a sí mismo por los pecados de todos, para que todos podamos gozar de su destino. “Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados”. (Heb 10,14)
La liturgia de la Palabra de este domingo obedece a que celebramos prácticamente el último domingo del Tiempo Ordinario, ya que el próximo será la fiesta de Cristo Rey. Por este motivo, se nos propone a consideración los últimos tiempos, y la perspectiva teológica del final de la representación de este mundo.
Con la figura de Cristo Majestad, que viene sobre las nubes del cielo, se describe el triunfo definitivo del Señor, a quien se le someten todos los seres del cielo y de la tierra. “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte”. (Mc 13, 27)
El juicio es de Dios, no nos corresponde a nosotros anticipar el veredicto. Según las Sagradas Escrituras, “los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (Dn 12, 3). Será el momento de la gran sorpresa, al escuchar de labios de Jesús: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” Y estas bendiciones se aplicarán a muchos que pasaron por el mundo haciendo el bien, aun sin saber que se lo hacían a Jesús.
Los que han caminado por esta vida con la mirada puesta en el rostro luminoso de quien ha dado su vida pro nosotros, no han tenido miedo al pensar en el encuentro con Cristo; por el contrario, han anhelado ese momento. Si ante el pensamiento de la vida eterna y del final de los días te intranquilizas, es una llamada a la confianza y al abandono en las manos de Dios, pero a su vez, también, a hacer el bien, porque al final será lo que nos sirva como título de bienaventuranza, gracias a la misericordia divina.
“Y al despertar, me saciaré de tu semblante” (sal 16)

No hay comentarios:

Publicar un comentario