Salmo 3
“Me acuesto y me duermo…, y vuelvo a despertar.”
Ese es mi día, Señor, esa es mi vida. Los ritmos de mi cuerpo a tono con los ritmos de tu creación, con las estrellas de noche y con el resplandor de tu luz durante el día. Tuyo soy cuando trabajo y tuyo cuando duermo; tuyo cuando me mantengo de pie en la postura que me hace hombre y me permite mirar al cielo, y tuyo cuando me acuesto, con cansancio en el cuerpo y confianza en el alma, y me tumbo sobre la tierra que tú has creado para que me sostenga durante la vida y me reciba en la muerte, amparando mi cuerpo cuando tú recibas mi alma.
Iníciame, Señor, en los ritmos de la creación, en la intimidad con la tierra que sostiene mis pasos y el aire que llena mis pulmones. Iníciame en la sabiduría de las estaciones, los caminos de las estrellas, el ciclo de la luz y la sombra, y ensáñame así la lección fundamental, que siempre me repites y nunca acabo de comprender, de que, tanto como en la naturaleza, también en la gracia hay idas y venidas, día y noche, invierno y verano, marea alta y marea baja, alegría y tristeza, entusiasmo y escepticismo, certeza y dudas, sol y tinieblas.
Hace falta valor para ponerse de pie, y hace falta valor para acostarse. Y, más que nada, hace falta valor para aceptar la vida entera como un ciclo de levantarme y acostarme, como una trayectoria ondulante a la que he de adaptarme arriba y abajo, una y otra vez, en compañía del sol y la luna y los cielos y los vientos. Enséñame a respirar al unísono con la creación entera, Señor, para entrar de lleno en los ritmos de tu amor.
“De ti, Señor, viene la salvación,
Y la bendición sobre tu pueblo.”
Carlos Valles sj.
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