Jesús dijo a sus discípulos: "En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada". Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres Pérez, cmf
fuente CIUDAD REDONDA - Noviembre 2015
La vida es una pura sorpresa. Nadie, absolutamente nadie, puede predecir el futuro. Ni siquiera lo que pasará mañana. Para bien o para mal. Todo puede pegar un bandazo inusitado que nos deje temblando y sin saber por donde nos viene el aire. Puede ser una enfermedad o el encuentro gozoso con esa persona con la que se percibe y entiende que se puede construir un proyecto de vida juntos, para siempre y para todo. O un accidente o una guerra. O la lotería. La vida es muy irracional a la hora de repartir sus cartas. Ni siquiera es verdad eso de que el que la hace la paga. Ni mucho menos. A veces los que merecerían un castigo, pasan sin pena ni gloria o con más pena que gloria. La verdad, la mera verdad, es que nadie controla el futuro, el mañana.
Es que lo único que tenemos es este presente continuo en el que vivimos, en el que nos relacionamos. Este tiempo que se nos escapa de entre las manos sin sentirlo, que cuando somos jóvenes nos parece eterno y que, según nos vamos haciendo mayores, se nos pasa más y más rápido, casi sin sentirlo. Este tiempo, este ahora, es el gran regalo de Dios. Es nuestro tiempo, es lo que somos y lo que vivimos. No sabemos lo que nos pasará mañana pero sabemos lo que nos está pasando ahora mismo. Vivir, disfrutar de este don, es la primera forma de agradecer al Creador y Dador de la Vida.
Jesús en el texto evangélico de hoy no trata de amenazarnos con catástrofes futuras. ¿Para qué? Lo que nos dice es que más que dolernos por lo que nos pueda pasar en el futuro, lo que vale verdaderamente la pena es vivir el presente. Y vivirlo de la única forma que vale la pena: vivirlo compartiendo lo que tenemos, creando fraternidad, regalando vida. El que pretende guardarse en un cofre los minutos de su vida presente, no vive sino que está muerto. Sólo vive el que comparte lo que tiene y lo que es. El que regala la vida es el que la recobra multiplicada cien veces en gozo y alegría y esperanza. Ese es el que vive el presente a tope, el que disfruta y goza. Ese es la alegría del Dios de la Vida, que no la creó sino para que viviésemos en fraternidad y alegría.
El Reino es compartir. El Reino es vida. El Reino es regalar lo que se tiene. El Reino es vivir como Dios quiere, como hijos e hijas suyos
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