Según la tradición, seguramente Juan fue el discípulo anónimo que estaba con Andrés cuando ambos tuvieron su primer encuentro con Jesús. Los dos buscaban a Dios de corazón y respondieron al llamado del Señor con mucho entusiasmo.
Los primeros discípulos no tenían nada de extraordinario; eran más bien hombres sencillos y de oficios muy variados, como nosotros, los que formamos el Cuerpo de Cristo hoy. El amor y el poder de Jesús los transformó a todos, salvo a uno, en hombres que se dedicaron de lleno a predicar el Evangelio y a proclamar el mensaje de salvación. Sus antiguos prejuicios, recelos y diferencias de opinión fueron desvaneciéndose cuando escucharon al Señor y lo siguieron.
Jesús nos invita a nosotros a servirlo de la misma forma. Nos acepta tal como somos, con nuestros defectos, virtudes y flaquezas y sin reprocharnos nada, pero nos llama a cambiar y llevar una vida de santidad: “Por el Bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva” (Romanos 6, 4).
Con el Adviento comienza el nuevo Año Litúrgico, por lo que nos encontramos ahora experimentando el rebrote de nuestra vida con el Señor, por lo cual sería conveniente pasar un momento de recogimiento y reflexionar en oración para analizar cómo ha sido nuestra vida; cómo respondimos al llamado de Jesús durante el año que terminó y si cumplimos a cabalidad lo que el Señor espera de nosotros. Si la respuesta no es del todo positiva, arrepintámonos y recibamos el perdón de Cristo. En este tiempo del Adviento, Dios hará maravillas en sus hijos, porque él nos ama a todos y cumple fielmente sus promesas.
“Amado Jesús, quiero prepararme de una manera digna y profunda para celebrar el portentoso acontecimiento de tu llegada al mundo, la Luz que alumbró al mundo que se encontraba en tinieblas.”fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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