Las dos monedas que dio la viuda en el Evangelio de hoy eran de un valor incomparablemente menor que las donaciones más grandes que hacían los ricos y acomodados que se abrían paso delante de ella. Pero Jesús podía ver cuánto significaban estas monedas para esta mujer y el desprendimiento de ella le tocó el corazón.
¿Qué tenía de especial la ofrenda de ella? La respuesta revela la raíz misma de la razón por la cual todos estamos llamados a darle al Señor de nuestros bienes. Por supuesto, el dinero que damos a la Iglesia y a alguna institución de caridad auténtica será bien usado, y eso es importante, porque las contribuciones que hacemos son de ayuda para muchas personas necesitadas. Pero Dios no se deleita con un ofrecimiento sólo por lo que puede hacerse con el dinero; su preocupación va mucho más allá de una mera cuenta de dólares y centavos. A Dios le conmueve cuando damos como esta viuda pobre, es decir, de lo que necesitamos, porque al hacerlo nos damos nosotros mismos al Señor.
En efecto, la viuda pobre glorificó a Dios dando más de lo que podía permitirse; su ofrenda era una ofrenda de adoración. Es como si le hubiera dicho: “Señor, sé que no es mucho, pero es todo lo que tengo. Acéptalo, Señor, porque tú eres todo para mí y quiero darte todo lo que tengo.”
Hermanos y hermanas, Dios quiere que demos de nuestro dinero, pero más aún él quiere nuestro corazón. ¡Todo para él! Cuando nos rendimos ante Dios y le damos de lo que tenemos, él se llena de regocijo, aunque pensemos que es una contribución insignificante. Pídele hoy al Señor el deseo de rendirte ante él con la misma entrega de la viuda pobre y dale lo que más puedas. Él te recompensará. Así pues, la próxima vez que des tu ofrenda en Misa, da lo que puedas, para que el Señor esté contento contigo, como con lo estuvo con la viuda.
“Amado Señor, ayúdame a dar una buena ofrenda en Misa a partir de hoy y darte toda mi vida cada día. Quiero entregarme a ti con todo lo que tengo y lo que soy.”
fuente Portal Devocionario Católico - La Palabra con nosotros
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