viernes, 13 de noviembre de 2015

Lucas 17, 26-37

Suponga que usted se acaba de casar con la mujer o el hombre de sus sueños. Poco después, tiene que hacer un largo viaje de negocios. A usted le encanta su trabajo y espera con entusiasmo las reuniones que tendrá con sus clientes. Su compañía le envía a un lugar agradable y usted supone que podrá hacer alguna excursión turística en su tiempo libre. Se queda en un hotel cómodo con un buen restaurante. Pero, a pesar de que disfruta del viaje, no halla las horas de volver a casa para estar con su flamante esposa o marido.
Esta analogía nos ayuda a entender lo que Jesús dijo sobre su venida final. Todos estamos lejos en una especie de viaje de negocios, trabajando para ayudar a construir el Reino de Dios. El trabajo es bueno y muy provechoso, ¡pero usted no halla las horas de llegar a casa y estar con el Señor, el lugar donde más nos corresponde estar!
La única diferencia en esta comparación es el elemento de sorpresa, porque no sabemos el día ni la hora cuando terminará nuestro viaje de negocios. Y cuando lo haga, ¡no tendremos tiempo de preparar maletas extras! Así que, aun reconociendo el gran valor que tiene el trabajo para el Señor, siempre deberíamos estar preparados para recibirlo y saludarlo con gozo cuando regrese.
Entonces, ¿cómo podemos tener a Cristo presente mientras desempeñamos nuestro trabajo aquí en la tierra? Se trata de un asunto de actitud. Si nos pasamos el día trabajando en una obra de construcción, enseñando en una escuela o atendiendo a clientes en una tienda, podemos glorificar al Señor en todo lo que hacemos.
Aquí proponemos un modo de tener una buena actitud: Haga todo lo posible por recordar que, sea cual sea su trabajo, usted no está haciendo sólo una tarea; usted está cooperando con Dios en la obra de preparar al mundo para el regreso del Señor. Usted gana el sustento de su familia; da a sus compañeros de trabajo un testimonio de una vida entregada a Cristo. ¡Usted está glorificando a Dios, no sólo ganándose la paga! Y aparte de todo eso, la recompensa que nos espera en nuestro hogar celestial es indescriptiblemente gloriosa y abundante, porque nuestro Padre es muy generoso.
“Señor mío Jesucristo, quiero contemplar la hermosura de tu faz, pero mientras estoy aquí en la tierra, ayúdame a verte y amarte en todas las personas que vea hoy día.”
fuente La Palabra con nosotros Devocionario Católico

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