En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
RESONAR DE LA PALABRA
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
En este penúltimo domingo del año litúrgico se nos habla con un lenguaje distinto que solemos llamar apocalíptico o escatológico. Se refiere a acontecimientos futuros, con unas palabras que nos suenan extrañas: “En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán”. Es difícil su interpretación.
Ampliando las miras, podríamos decir que el Evangelio de hoy no pretende asustar a nadie y quizás tampoco es el anuncio de no sé qué acontecimientos cósmicos, que preparan la segunda venida de Jesús al mundo. Podría interpretarse, como que la llegada de Jesús inexorablemente a la vida de cada uno y de todos los hombres, debe cambiar nuestras vidas y producir en ellas un cataclismo. Por eso debemos estar alerta y contra todo lo que parece, es un evangelio de alegría, esperanza: “Verán venir al Hijo del Hombre”.
El centro de todo está en la llegada del Hijo del Hombre, es verdad que los primeros cristianos esperaban una segunda venida inminente. Pero el Hijo del Hombre que anunciaron los profetas, entre ellos Daniel, ya había llegado en Cristo-Jesús. Esta reflexión se completará el próximo domingo, último del año litúrgico, con la fiesta de Cristo Rey del Universo. El cambio que ha traído Jesús es total, él hace un mundo nuevo con soles, luna y estrellas nuevas, nuestra vida cambia, así como la historia, la sociedad, la comunidad. Su presencia destruye nuestro mundo de pecado y de egoísmo, nuestras maneras de pensar, de sentir y de obrar. No dejará piedra sobre piedra, él es el sol que nace de lo alto y nos alumbrará para siempre.
“Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta”. Cada día que experimentamos la lucha interior para aceptar el Evangelio, para cambiar nuestra manera de pensar y de vivir, para seguir al Maestro, sepamos que él está a la puerta. Al sentir en nuestra propia carne la lucha por hacer nacer al Hijo del Hombre, tengamos la esperanza de que el fin del hombre viejo está cerca. “El día y la hora nadie lo sabe, sólo el Padre”.
El encuentro con el Cristo del evangelio es obra del Padre, no hay día ni hora (aunque cada uno recuerda el momento inicial, como los apóstoles: “eran las cinco de la tarde”, esos encuentros deben seguir a lo largo de la vida). Un día nos cruzamos con la voluntad del Dios y desde el Espíritu sabemos que nuestras ramas están tiernas y de vez en cuando aparecen algunas yemas, pequeños frutos que nos hablan de la cercanía del Reino y de nuestra lucha para acoger o hacer nacer en nuestra vida el “Hombre Nuevo”.
Jesús llega y ha llegado con su palabra transformadora, y no podemos permanecer dormidos, ciegos, sordos y mudos. Este es el tiempo, en que los cristianos tenemos la oportunidad de restaurar el mundo, de construir la historia, de instaurar el nuevo orden que nos trae el Hijo del Hombre. Ese futuro mejor para todos hay que trabajarlo todos los días, todos los años, toda la vida y, no sólo con la cabeza y con las manos, hay que poner también el corazón. Hay que hacerlo con otros, nos necesitamos para avanzar; para superar las dificultades grandes y pequeñas; para darnos ánimos cuando surja la tentación de pararnos; y para celebrar y festejar los logros de sentirnos vivos en el camino hacia el futuro.
Fuente Ciudad Redonda - noviembre 2015
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