La fe es no apoyarse más que en Dios. No podemos apoyarnos en ninguno de sus dones, sino solamente en El mismo, en su poder infinito y en su amor ilimitado.
La escena que se produjo en el patio del templo, cuando Dios observaba a los fieles que metían sus donativos en la alcancía, es conmovedora. Una y otra vez, se oía el sonido de las monedas que caían en la alcancía, y Dios, Jesucristo, estaba sentado a un lado con los Apóstoles, observando a los que echaban sus donativos. Una viuda echó dos monedas pequeñas, y Dios dijo: «esta pobre viuda ha echado más que todos (...), echó todo lo que tenía» (Me 12, 43-44). Y podemos admirar su acto, porque ella dio todo lo que tenía, mientras que los ricos solamente daban algo de lo que les sobraba, y esto era demasiado poco. Hay que tener en cuenta que ella, al darlo todo, «se condenó» a morir, porque se quedó sin dinero, y no tenía de qué vivir. Ella misma destruyó el sistema de seguridad material que tenía. Y provocó el asombro del propio Dios, que se reflejó en sus palabras: < Os digo la verdad... (ella) ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». ¡La fe de aquella mujer era inconcebible!
Al hombre que carece de todo, de todo sistema de seguridad, le quedan únicamente dos cosas: la desesperación o la entrega total a Dios que emana de la fe. En aquella viuda tenía que existir aquella fe, porque ella así actuó. Para aquella mujer Dios lo era todo, era su único apoyo. Dios puede despojarnos de nuestros sistemas de seguridad, pero también podemos privarnos de ellos nosotros mismos. Entonces, nos depuramos de manera activa de lo que nos tiene cautivos. Ese fue el caso de aquella viuda el Evangelio, porque ella misma se despojó de todo.
Podemos hablar de un abandono semejante en el caso de la viuda de Sarepta que se encontró con Elías. La viuda tenía un hijo pequeño, y en sus tierras reinaba el hambre. Todas las reservas de alimento eran dos puñados de harina reseca y unas pocas gotas de aceite de oliva. Y en aquella situación Elías le dijo: «Tráeme por favor un bocado de pan» (I Re 17, 11). De nada sirvieron las explicaciones de la viuda de que aquél era el último alimento que le quedaba. Elías repitió su petición: Házmelo- La mujer le respondió: Si, te haré lo que me pides y luego moriremos mi hijito y yo. Efectivamente se trataba de la aceptación de la muerte, porque después ya nada habría, ya no se podría contar con nada, tampoco con aquel puñado de comida. Fue Dios, a través de Elías, quien despojó a la viuda de aquel puñado de comida que le daba un mínimo de seguridad. Luego ya nada le quedó.
¿Qué hace Dios con esas personas? La Biblia dice que luego la cantidad de harina empezó a aumentar, y que a pesar de que la consumían, tenían cada vez más. Lo mismo ocurría con el aceite. La viuda y su hijo no murieron. Dios no puede abandonar al hombre que al abandonarse a El plenamente, se deshace, él mismo, de las riquezas, y rompe con el sistema de seguridad que destruye su fe. Dios ve maravillado el milagro de la fe humana, y, sobre todo, de esa confiada fe infantil que se manifiesta en la entrega de todo. El hombre que tiene esa fe, está en condiciones de decir: Dios mío, si lo deseas, estoy dispuesto incluso a morir, porque creo que Tú me amas. Esa fe tan profunda genera santos.
Cuando la Madre Teresa de Calcuta, al decidir dedicarse a las personas que se morían frente al templo de Kali, en la citada ciudad India, abandonó el convento de las hermanas loretanas, tenía algunas cosas y un poco de dinero; pero muy pronto lo repartió entre los moribundos. ¿Y luego qué? «Cesando cae la noche queda, en la práctica, solamente decir tina cosa: Dios mío, si lo deseas, estoy incluso dispuesta a morir». En la India, en Calcuta, nadie le ayuda, porque allí se ve a quien muere con una cierta indiferencia. En el contexto del hinduismo, y según la ley del karma, ese estado de cosas se considera, incluso, como algo casi normal. Un fiel del hinduismo te dirá que si te mueres de hambre, eso significa que te lo mereciste. Si te mueres de hambre, a cambio renacerás con una existencia mejor después de la muerte. La Madre Teresa de Calcuta es conciente de que no encontrará a nadie deseoso de ayudarla, pero, al mismo tiempo, tiene fe en que Dios estará siempre junto a ella, y desde entonces solamente se apoyará en El. Una escuela de fe y una escuela de santidad, fueron, para la Madre Teresa de Calcuta, los días y las noches en las que se acostaba con un cansancio terrible, mortal, y con la certidumbre de que al día siguiente tampoco tendría nada, ni para sí, ni para las nuevas candidatas, ni para los muchos moribundos que sin embargo necesitaban ayuda. Nada tenía. En aquella situación, cuando faltaba todo sistema de seguridad humano, nació la Madre Teresa de Calcuta, aquella que es admirada y venerada hoy por el mundo. Es un ser humano que tiene fe, una fe que linda con la locura, un ser que pasó por la dificilísima escuela de conquistar la fe, en situaciones cuando humanamente se carece de apoyos. Cuando se nos desmorona el sistema de seguridad, solamente queda la desesperación, o la fe; una terrible desesperación, o una fe heroica.
Si no hay en ti la locura de la fe, y si no confías hasta el extremo en el loco amor que Dios siente por ti, tu avance por la senda de la fe seguirá produciéndose a paso de tortuga; o incluso retrocederá. A1 edificar tus sistemas de seguridad humanos, impides que crezca tu fe. Tu fe se profundizará, sólo cuando aceptes que Dios sea tu único apoyo y tu única seguridad. El tiene el derecho de exigirte que le entregues todo... todo hasta el total abandono.
Desde el punto de vista de la fe, es bueno que, de vez en cuando, sientas que tus pies no están tan bien afianzados, porque con esa situación está vinculada la gracia. Y es que no puedes apoyarte en nada más que en Dios; no puedes apoyarte ni en sus dones, ni tampoco en los signos de su presencia.
En el periodo de los jueces, en el Antiguo Testamento, se nos describen los tiempos en los que lucharon los filisteos y los israelitas, y, cuando después de una gran derrota, el Arca de la Alianza cayó en manos enemigas. Por el Libro Primero de Samuel, sabernos que por aquel entonces se juntaron los filisteos para luchar contra Israel, y se entabló la lucha en la que los filisteos vencieron a los israelitas, y mataron a cuatro mil de sus hombres. Cuando el ejército israelita volvió al campamento, los ancianos de Israel dijeron: ¿Por qué permitió hoy el Señor que nos derrotaran los filisteos? Vamos a traer de Silo el Arca de la Alianza, para que marche con nosotros, y nos libre de nuestros enemigos. Los israelitas mandaron a buscar a Silo el Arca de la Alianza del Señor Todopoderoso, que tiene su trono sobre los querubines, y la trajeron. La acompañaron también Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí. Y ocurrió que, cuando llegó el Arca de la Alianza al campamento, los israelitas gritaron con tanta alegría que hasta la tierra retumbó. Cuando los filisteos escucharon aquel griterío, dijeron: « (...) ay de nosotros» (cf. 1 S 4, 2-8). Sin embargo, los filisteos atacaron, y derrotaron a los israelitas, los cuales huyeron a su campamento. La matanza que hicieron fue tremenda, ya que de la infantería israelita cayeron treinta mil hombres. También capturaron el Arca del Señor, y mataron a Jofní y a Pinjás, los dos hijos de Elí (cf. 1 S 4,10-11).
Podríamos preguntarnos: ¿por qué los israelitas sufrieron una derrota tan grande? Ellos, al mandar a traer el Arca de la Alianza, que era el símbolo de la presencia de Dios entre ellos, esperando en esto la victoria, demostraron que querían apoyarse en El. ¿Cómo interpretar, entonces, el hecho de que los israelitas, a pesar de aparentemente querer apoyarse en el Señor, sufrieran tan tremenda derrota, y perdieran incluso el Arca, símbolo de la presencia de Dios?
Este texto es muy importante, ya que nos permite entender de una manera más profunda, lo que significa apoyarse únicamente en Dios. El Arca de la Alianza no es Dios, sino únicamente el símbolo de su presencia. Los israelitas osaron hacer una singular manipulación de este símbolo Divino. La época de los Jueces, fue un período más bien oscuro en la historia del pueblo elegido. Sabemos que en la vida de los israelitas había muchas cosas malas, también en el caso de los dos hijos del sumo sacerdote Elí, quienes «eran unos malvados que no conocían a Yahveh» (1 S 2, 12). En este contexto, la Biblia nos expone cómo, aquellos israelitas que no hacían caso a Dios, trataron de hacer una manipulación con el símbolo de la presencia del Señor. Pensaron que después de haber traído el Arca de la Alianza, la victoria iba a ser prácticamente automática. Sin embargo, la fe consiste en apoyarse en Dios mismo, en su poder y en su amor; no en sus dones, ni en los símbolos de su presencia. Ese poder y ese amor, no son susceptibles a la manipulación.
Lo mismo ocurrió en el caso del templo, el cual, para el pueblo elegido, también fue un símbolo especial de la presencia de Dios, y el cual fue destruido. Porque el templo no era lo que debía de servir de apoyo al pueblo elegido. Dios eligió a ese pueblo para que, partiendo de la fe, se apoyara exclusivamente en El.
P. Tadeusz Dajczer
fuente Meditaciones sobre la fe
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