domingo, 6 de noviembre de 2016

INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA

La Biblia, en cuanto conjunto de libros dirigidos a los hombres y escritos por hombres, puede ser analizada de acuerdo con las reglas y los métodos de interpretación racional, literaria e histórica, que se usan para acercarse y profundizar en todo documento del pasado. En este aspecto, la Iglesia católica proclama la legitimidad de quien intenta, con los métodos correctos de la ciencia de su tiempo y con el recto espíritu de verdad, escudriñar los valores de la Biblia.

Ahora bien, en cuanto que no es sólo obra humana sino que tiene al mismo Dios como autor principal, la interpretación de la Biblia no se agota, ni mucho menos, con los métodos racionales de investigación, ni éstos son el árbitro supremo de dicha interpretación. Por el contrario, tanto los resultados de la investigación racional, como la aplicación de los propios métodos racionales a la interpretación, deben estar subordinados al juicio último y a la dirección suprema de la Iglesia, la cual, como auténtica depositaria de la Biblia, es el autorizado intérprete de la misma, y el árbitro en definitiva del verdadero sentido de los escritos sagrados, tanto en su conjunto, como por lo que atañe a los diversos pasajes que los integran. Pues, en definitiva, Dios ha dado a la humanidad el sagrado depósito de la Biblia no de una manera indiscriminada, sino como depósito vivo en la Iglesia, para que lo guarde, lo interprete y lo dispense a sus propios hijos y a todos los hombres, con vistas a la salvación eterna.

Por tanto, cuando la Iglesia define el sentido de un pasaje, o un aspecto del sentido total de la Biblia, o condena como errónea alguna interpretación propuesta, su enseñanza debe ser aceptada con la misma fe con que se acepta la Biblia misma: es en efecto el mismo Espíritu Santo que movió a escribir los libros santos el el que asiste a la Iglesia cuando los interpreta.

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