Decir que la Biblia nos habla de Dios es decir mucho, pero no es decirlo todo. Podemos decir algo más esencial, la Biblia no nos habla de Dios a la manera de los otros libros, sino que nos habla en nombre de Dios, lo cual es distinto. No contienen solo la Palabra de Dios, sino que es la palabra de Dios hoy. Efectivamente, al ser un texto inspirado, la Biblia, es la palabra que Dios dirige a la humanidad entera. Dios no se ha retirado del mundo una vez redactadas las Escrituras, sino que continúa obrando en los corazones también por medio de la lectura creyente de la Biblia, ayudando a entender su palabra y moviendo a identificarse con ella.
En la Biblia Dios nos habla de Sí mismo, y lo hace de una manera viva. Nos habla, no a la manera de un maestro que analizara fríamente un tema objeto de su investigación, sino que se parece más a la manera en que un amante se da a conocer a aquellos a quienes ama.
En la Biblia Dios nos habla de su amor por nosotros, y lo hace narrándonos sus misericordias: sus intervenciones pasadas en favor nuestro, que son como la incoación o anticipo de la plenitud de amor que nos tiene preparada. Por eso, fundamentalmente, la Biblia es una historia de salvación , o mejor dicho, la historia de la salvación humana (cfr. Aquí encontrarás una breve historia de la salvación).
Y en el medio de esa historia se alza algo radical: la Cruz de Jesús, seguida de su Resurrección. En efecto, la Cruz es la gran verdad de esa historia: para salvar al mundo, Dios se hace hombre y se deja enclavar en la cruz como un malhechor y al tercer día resucita de entre los muertos. La Encarnación Muerte-Resurrección, o dicho de otro modo, la entera vida del Dios-Hombre, Jesucristo, es, efectivamente, el centro de la Biblia: desde las primeras páginas del Génesis, hasta las últimas del Apocalipsis, todo tiende primero y depende después del «Cordero muerto y resucitado». Y una vez que la Cruz ha sido alzada en las afueras de Jerusalén y en el centro de la historia, ésta y el mundo no pueden tener sentido alguno al margen de esa cruz. En esos momentos la historia de la salvación alcanza su punto culminante. Toda la Biblia confluye ahí. El mensaje de la Biblia es, en su profundidad, incomprensible si se ignora, si no se acepta en la fe el «misterio de Jesús». Antes de Jesús, todo es promesa, preparación, espera. Después, todo es cumplimiento, realidad, aunque también en esperanza y en fe, hasta que llegue la «consumación de los siglos». El había dicho a los fariseos escudriñad las Escrituras porque ellas hablan de mi.
Pero además, la historia bíblica no sólo nos narra episodios de la vida pasada y nos ilustra sobre nuestra situación presente, sino que es también profecía, anuncio de lo que acontecerá en un final o momento y etapa definitiva que ella misma da a conocer. El comienzo de esa historia es la creación del hombre y su inmediata elevación a un estado de justicia y santidad, de felicidad, dramáticamente perdido. Su centro, Cristo. El final es la visión de la futura y escatológica ciudad de Dios. En otras palabras, la revelación de lo que será la humanidad cuando la ejecución del plan salvífico de Dios en Cristo Jesús llegue a su fin. Esta historia bíblica se desarrolla a través del tiempo y del espacio, sin que podamos fijar siempre y exactamente los términos dentro de unas coordenadas.
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