sábado, 12 de noviembre de 2016

La actitud del abandono


Cristo, que espera que nos abandonemos plenamente a El, nos enseña con su propia vida cómo ha de ser la actitud de ese abandono. El vino a nosotros como un niño, como un bebé que por sí solo nada puede hacer, y depende totalmente de la atención de los adultos. Eso significa que Jesús, desde el momento de llegar al mundo, se encontró, por nosotros, totalmente despojado. ¿Por qué se despojó de semejante manera? Trata de vez en cuando de responderte a esta pregunta.

Si Jesucristo hubiera llegado al mundo con todo su poder, si hubiera liquidado la ocupación romana por la fuerza, y por la fuerza también hubiera impuesto la justicia social; si hubiera eliminado el mal con la fuerza; ¿acaso te sería más fácil entregarte a El? Lo más probable es que le tuvieras miedo, porque el hombre siente temor antela violencia, incluso, cuando se hace uso de ella para el bien, verdadero o aparente. Pero no puedes sentir temor ante un Jesús que llegó hasta nosotros totalmente indefenso, completamente impotente. Si hay en ti algo de temor a Dios, el misterio de Belén te recuerda que no debes tenerle miedo. El se humilló, se despojó tanto de sus atributos, y se mostró de una manera tan indefensa, que te permite adherirte con más facilidad a El, y abandonarte en El. De esa manera, E1 manifestó su amor llevado hasta la locura. Cristo, despojado y pobre, quiere ir delante de nosotros, por la senda que nos conduce a la pérdida de nuestros propios sistemas de seguridad. Para nosotros, esa pérdida, ese ser despojados de manera auténtica, es el camino que nos permite seguir las huellas de Jesús.

Dios, cuando quiso hacer a Abraham padre de nuestra fe, tuvo que desarraigarlo. Abraham tuvo que convertirse en un peregrino, que parecía moverse en las tinieblas, porque no sabía hacia donde iba. A1 dejar su país y su hogar, se convirtió en un ser despojado, en un ser que solamente tenía a Dios. Por eso tenía que contar siempre con Dios, y dirigirse siempre a El. La independencia de los propios sistemas de seguridad, se consigue en el desierto, es ahí donde el hombre es despojado de lo que tiene.

Aquello que tratas de utilizar como apoyo, tus sistemas de seguridad humanos, en el Evangelio tienen el nombre de «riquezas,». Puedes creer en ellas, y puedes hacer tus
planes basándote en ellas, pero ellas no son el verdadero Dios. El Señor quiere preservarte de una falsa fe, y por eso está tan interesado en que rechaces a tus falsos dioses. Todo aquello en lo que ciframos nuestras esperanzas se convierte en dios, y si tú cifras tus esperanzas en un dios falso, tus esperanzas resultan ser absurdas. La persona que tiene un dios falso carece de fe o la tiene muy débil, casi inexistente. Si en tu vida hay un dios falso, al que sirves y en el que te apoyas, por fuerza experimentarás la amargura y la desilusión, porque ese falso señor, al que te entregas y en el que cifras tus esperanzas, tarde o temprano, te defraudará, y entonces, en tu sistema de valores, algo se desmoronará.

Cristo, al decir que no se puede servir a dos señores, desarrolla la idea utilizando imágenes simbólicas con las que nos enseña cómo debemos confiar, y cómo debemos conquistar este pleno abandono en E1, como verdadero Señor. En el Sermón de la Montaña nos habla sobre los lirios del campo, los cuales se caracterizan por una maravillosa belleza, pero también por una vida muy corta, de apenas un día. Es sorprendente que Dios creara una flor de tan corta vida, y de tan espléndida belleza, de una belleza tan grande, que el propio Jesús dijo que era mayor que la más grande de las glorias de Salomón. Cuánta atención les presta Dios para que tengan tan deslumbrante belleza. Esas flores son propiedad del Señor, como tú mismo lo eres. Más adelante, al hablar de las aves que no se preocupan, Jesús nos exhorta a la conversión, nos exhorta a que nos libremos de las tensiones humanas, de las aflicciones y de las preocupaciones excesivas. Hemos de ser como los lirios del campo y como las aves del cielo, que El, el Señor verdadero, ama; y de las cuales El mismo se preocupa.

El ruego contenido en el Padre Nuestro que dice: <Danos hoy el pan de cada día», es un llamado a la profundización de nuestra fe, para que Dios se convierta en nuestro único apoyo. Aquí encontramos una alusión directa a aquella situación que se produjo en el desierto, durante el paso del pueblo elegido hacia la tierra prometida. Es sabido que el desierto genera situaciones difíciles. Por esa razón se producían sublevaciones y había desobediencia. Pero el Señor ardió de amor celoso, según dice la Biblia, y se compadeció de su pueblo pecador que murmuraba, y les envió a diario maná del cielo. En los períodos de desierto, afloran en el hombre el egoísmo, la desconfianza y el deseo de crearse sistemas de seguridad; que suelen estar ocultos en lo más profundo de su ser. En el pueblo elegido, durante su permanencia en el desierto, se puso al descubierto la falta de confianza en Dios, a pesar de los milagros que se producían ante sus ojos. Se puso de manifiesto también su codicia, que se expresó en el anhelo de acumular la mayor cantidad posible de maná, aún cuando Moisés les dijo en nombre del Señor: «solamente podréis recoger maná para el día de hoy». Muchos no hacían caso a Moisés, y seguían recogiendo todo el maná que podían. Entonces, se producía la continuación del milagro, aunque en otra dimensión: el maná recogido por encima de las necesidades del día, como sistema de seguridad para el día siguiente, el maná que no habrían de acumular, aparecía al otro día podrido o comido por los gusanos. El pueblo elegido no debía asegurarse del mañana de una manera típicamente humana, es decir, mediante la acumulación de reservas, puesto que Dios lo llevó al desierto precisamente para despojarlo de lo que tenía.

«Danos hoy nuestro pan de cada día». Danos hoy, para hoy, y no para mañana, ni para todo el mes. Somos una propiedad duradera, y Tú te preocupas de tu propiedad. El Señor tuvo que luchar en el desierto contra el egoísmo humano, que hacía que el pueblo elegido no quisiera abandonarse en el Señor, ni siquiera por ser testigo de un milagro. Tuvo que luchar por la fe de su pueblo.

La madurez de la fe es la disposición a entregar al Señor todo lo que El nos da, es un total abandono de nosotros mismos en El. No debemos apegarnos a nada, ni a los dones espirituales, ni tampoco a la Sagrada Comunión. Hay una sola cosa ala que podemos apegarnos, y al hacerlo no cometemos una apropiación: La voluntad de Dios. Fuera de la voluntad de Dios, todo lo demás son dones y medios que nos sirven para alcanzar nuestro objetivo, y no el objetivo en sí. Si nos apropiamos de algo, Dios se ve forzado a destruir ese don que hemos robado, o, al hacernos sufrir, nos demostrará que solos nada podemos, que somos impotentes, que de El es todo, y que es El quien nos dona todo lo que somos y tenemos.

No tenemos nada de nosotros mismos, todo es don, todo lo recibimos de Dios. Y lo recibimos como medio para cumplir la voluntad de Dios. Tenemos el riesgo de apropiarnos de los dones de Dios, lo cual sería un robo espiritual, porque lo que es propiedad de Dios lo consideraríamos nuestro. Por eso Dios, que ama la verdad, luchará para que todo el mundo tenga la correcta visión de las cosas, es decir, que todo es su propiedad. Y por tanto, que todo lo que tenemos proviene de El. Si nos apropiamos de algo, realizando el robo espiritual, esto ocasiona que aquello que robamos nos esclavice. Dios luchará por librarnos de esa esclavitud.

Un avaro, por ejemplo, se apropia del dinero que es propiedad de Dios. Entonces, Dios, por el amor que le tiene, querrá librarlo de ese cautiverio. ¿,De qué manera? Puesto que el avaro por sí mismo difícilmente renunciaría al dinero, sería más fácil que renuncie a él cuando lo haya perdido, entonces, el Señor, podría permitir que le fuera robado. Y así, aquel robo sería una gracia, sería una oportunidad de alcanzar la libertad. Sin embargo, el hecho de perder e1 dinero, no significa que aquel hombre recupere automáticamente su libertad. Sería más fácil desapegarse de un don cuando Dios nos lo quita, que tratar de desapegarnos de él, pero también, como en el caso del avaro, es necesario aceptar este despojamiento como una gracia, pues de no ser así, la persona se cerraría a la gracia, y caería en la desesperación y en la rebeldía tratando por todos los medios de recuperar el don perdido. Puede querer volver a recuperar el dinero, y volverse a apegar a él. En los hospitales psiquiátricos hay mucha gente internada por haber perdido los dones temporales.

Cuando un don no es tomado como un medio para hacer la voluntad de Dios, y se toma como un fin en sí mismo, su pérdida llega, incluso, a provocar intentos de suicido. Esto significa que Dios no tolera la absolutización de ninguno de sus dones, es decir, hacer ídolos de ellos. Por ejemplo, si una mujer soltera toma como valor absoluto al matrimonio, si no llega a casarse, puede querer suicidarse al perder el fin hacia el cual estaba orientada toda su vida. Si un don divino se toma como fin, se convierte en el sentido de la vida. Para esta mujer, entonces, la vida perdió el sentido. Por eso, Dios, tarde o temprano, debe derrocar todos nuestros ídolos.

Asimismo, Dios puede actuar de otra manera ante la apropiación de sus dones y la esclavitud generada por ella. Esta es a través de las pruebas del sufrimiento. El don ídolo se convierte en fuente de sufrimiento, de manera que no nos atraiga más, sino al contrario, lo rechacemos. Dios mismo es quien permite que ese don produzca amargura, y ante este sufrimiento nos hace impotentes. El espera que al fin nosotros reconozcamos que esto era un don, y que Él quiere preocuparse de todas nuestras cosas.

El gesto de fe de las manos vacías de San Leopoldo Mandic, era extraordinariamente elocuente. Ese gesto de las manos vacías dirigidas hacia Dios, en el que se expresa que no ha sido apropiado ni un solo don, es un gesto de una fe tan extraordinaria, que hacía milagros en su confesionario gracias a esa pobreza espiritual.

Nuestro gesto de las manos vacías puede ser dirigido a Dios, no solamente en los asuntos espirituales, como ocurrió en el caso de San Leopoldo Mandic; nuestro gesto de las manos vacías, que refleja una actitud de que todo lo esperamos de Dios, también debe acompañarnos en todos los asuntos de la vida: en el trabajo profesional, en la educación de los hijos, en la acción que ejercemos sobre otros y en la oración. E1 gesto de las manos vacías también debe acompañarnos en la espera del mayor de los dones de Dios, que es El mismo, es decir, el Amor que abarca nuestro ser, y en el que estamos sumergidos.

P. Tadeusz Dajczer
fuente Meditaciones sobre la fe

No hay comentarios:

Publicar un comentario