miércoles, 9 de noviembre de 2016

La oración del hombre pobre

Hay
una relación
muy estrecha entre la fe y la oración, y también entre la humildad y la oración. Alguien dijo: se aprende mejor a orar en los momentos en los que no es posible hacerlo. Se trata, pues, de algo que es opuesto a lo que creemos normalmente. Cuando te es muy difícil orar, cuando tratas y no puedes, estás recibiendo de Dios la extraordinaria oportunidad de aprender a orar. El secreto de la oración consiste en el ansia de Dios, en el ansia de ver a Dios. Ansia que nace en nosotros en capas mucho más profundas, que al nivel de los sentimientos y del habla. El hombre cuya memoria e imaginación están afligidas por un gran número de ideas, o imágenes inútiles e incluso nocivas, puede, a veces, bajo esta presión orar mucho mejor con su corazón atormentado, que aquél cuya mente se deleita con claras nociones y fáciles actos de amor. Esas experiencias hacen nacer en nuestro corazón la oración de fe del hombre pobre. Durante la oración debemos ser impotentes y pobres. Si no pudiéramos orar, descendería hasta nuestra pobre alma el Espíritu Santo y oraría en ella, como dice la Sagrada Escritura, «con gemidos inefables» (Rm 8, 26).

Durante la oración puedes vivir diversas dificultades, pero no olvides que son ellas las que hacen que tu oración sea la de un hombre pobre. Por eso, deberías agradecer esas dificultades. Los problemas pueden tener distintas razones, y, por ejemplo, pueden estar originados por el cansancio. Santa Teresa del Niño Jesús escribió: «Debiera cacesarme desolación el hecho de dormirme (después de siete años), durante la oración y la acción de gracias, -durante el agradecimiento que se expresa después de la Sagrada Comunión-. Peces bien, no siento desolación. Pienso que los niñitos agradan a sus padres lo minino dormidos que despiertos (...). Pienso, en fin, que el Señor conoce nuestra tagilcdad, que se acuerda de que »o somos más que poleo». Así pues, el cansancio puede ser esa materia con la ayuda de la cual Dios conforma en ti la oración del hombre pobre, del hombre pobre de espíritu. ¿podrás también aprovechar otras situaciones similares, que convertirán tu oración en la oración del hombre pobre?.

Puede ser que te sea fácil orar, puede ser que hayas recibido ese don del Señor y no debes despreciarlo. Sin embargo, debes tener presente que tu oración se va a desarrollar, verdaderamente, solo cuando te «abras brecha» hacia Dios. Lo cual nacerá de tu ansia de Dios, que es la esencia de la oración, y que se manifiesta en tu deseo de entrar en contacto con El, de abrirte a El y de permitir que El, Dios, el Espíritu Santo, ore en ti. Este deseo es para la oración lo más esencial. ¿Son, entonces, importantes los resultados?... No, lo importante es que desees, que anheles orar. Cuanto mayor sea tu ansia de Dios, tanto mejor. A través de la oración debes «abrirte brecha» hacia Dios, y es necesario que lo hagas con vehemencia. Dios aceptará todas tus ansias, aunque te parezca que carecen de valor.

Si Dios ama las ofrendas pobres, y no quiere las flores más bellas, sino que prefiere las silvestres, las pequeñas, las insignificantes, porque no alimentan nuestro orgullo; esto también pasa con la oración. Dios acepta todos tus obsequios, aunque tengan menos valor que un puñado de arena. Tu oración puede ser como ese puñado de arena, y al mismo tiempo ser invaluable, sólo porque El, Dios, tu Padre que te ama, la acepta. La acepta con la alegría con la que una madre acepta cualquier florecita que le regale su hijo, porque lo que importa es el gesto y no lo que se obsequia.

También puede ocurrir, que no tengas nada que dar al Señor durante la oración. Entonces, deberás de darle esa «nada», tu total impotencia. Entrégale todo al Señor, ponte tu mismo a su disposición tal y como eres: insignificante, impotente, pobre de espíritu. Esa será la mejor oración, la mejor porque va de acuerdo con la primera bienaventuranza. La oración del hombre pobre es la oración de alguien vacío, vacío en el sentido de que clama por la llegada del Señor, por la venida del Espíritu Santo. Cuando Dios ve un alma así, despojada de su fuerza, entonces desciende hasta ella con su poder. Bienaventurados los pobres de espíritu: bienaventurados los que hacen la oración del hombre pobre.

P. Tadeusz Dajczer
fuente Meditaciones sobre la fe

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