miércoles, 9 de noviembre de 2016

El hombre de oración continua



Vito de Larigaudie fue un extraordinario hombre de oración. Fue un hombre del que podría pensarse que Dios nada le negó, un gran descubridor de continentes, que hizo el primer viaje en automóvil de Francia a Indochina. Líder de la juventud francesa, fue un hombre que amó a Dios de todo corazón, y de ahí que supiera también amar a sus semejantes y al mundo. Bajo su fotografía había una elocuente inscripción: "Una santidad sonriente". Su religiosidad se caracterizaba, ante todo, por la aprobación y admiración del mundo creado por Dios, ésta era su constante oración de fe. Y es que, si se ama a Dios, tiene que amarse también al mundo creado por El. «Todo - escribió en sus apuntes- tiene que ser amado: la orquídea que inesperadamente florece en fa selva, la belleza del corcel, el gesto del niño y el sentido del humor; o la sonrisa de la mujer. Hay que admirar- todo lo que es bello, y saber distinguirlo aun que este enlodado, y elevarlo hasta Dios». Naturalmente que todo eso no significa que en su vida no hubiera luchas y sacrificios, que su fe no se viera sometida a pruebas, y que no tuviera que tomar decisiones valientes; porque la santidad no puede ser algo fácil. «Sentir- en la profundidad de uno mismo toda la suciedad y el hervir de los instintos humanos, y saber mantenerse por encima de todo ello, no hundirse, andar por encima, como se anda por un pantano seco; dejándose llevar por la singular ligereza que dimana de la presencia de Dios»...

«Era seguramente una mestiza, tenía unos hombros preciosos, y esa belleza salvaje de los mestizos de labios gruesos y ojos enormes. Era bella, enloquecedoramente bella. En realidad se podía hacer solamente una cosa... Pero no la hice, salté sobre el caballo y huí al galope, llorando de desesperación y de rabia. Confío en que en el día del juicio, si me faltara algo para podérselo ofrecer a Dios, le ofrecería ese ramillete de besos que, por el amor que siento hacia El, no quise conocer».

La castidad es posible si está edificada sobre los cimientos de la oración... « Es factible, bella y enriquecedora, a condición de que se base en el principio del amor positivo, vivo y pleno de Dios; ya que únicamente ese amor puede satisfacer la inmensa necesidad de amor que tiene el corazón del hombre».

Vito de Larigaudie amaba la aventura, el baile y el canto. Era un magnífico nadador y esquiador. Acogía todas las alegrías, pero todo lo que vivía estaba saturado del ritmo de su conversación, llena de fe, con Dios. « No podían entender las bellas extranjeras -confiesa- que incluso al sonar la música más apasionante, mi corazón seguía enarcando el ritmo de la oración, y que aquella oración era rnás fuerte que su belleza y encantos». En su oración por la belleza rogaba: «Dios mío, haz que nuestras hermanas, las muchachas, tengan cuerpos armoniosos, sean. sonrientes, .ce vistan con gusto; haz, que sean sanas y que sus almas se mantengan puras; que sean la pureza y el encanto de vuestra difícil vida. Haz que sean sencillas con nosotros, maternales, que no sean falsas ni coquetas. Haz. que nada malo se interponga entre nosotros, y que seamos, los unos para los otros, fuentes de enriquecimiento y no de pecados. (...) Entre Tahití y Hollywood, -señala seguidamente- en las playas de coral, en las cubiertas de los vapores, al danzar tuve entre mis brazos a las mujeres más bellas de este mundo. No tenía la intención de arrancar aquellas flores que ansiaban ser conquistadas, pero no renuncié a todo ello por razones humanas, sino por un amor, el amor a Dios». Al hablar de la Eucaristía confesó: «La Sagrada Comunión de cada día, fue -para mí como lavarme en el agua de vida; como la comida nutritiva antes de seguir el camino de la vida; como una mirada llena de ternura, que provoca confianza y valentía. Pasé por el mundo como por un jardín amurallado, busqué aventuras en los cinco continentes, sin embargo, permanezco encerrado; pero llegará el día en que entonaré el canto del amor y del júbilo; se apartarán todos los obstáculos y alcanzaré la eternidad».

¿Cómo era la oración de fe de ese santo de nuestros tiempos?... « Al ver la película más miserable -escribió- uno puede rezar por los actores, el director, las comparsas y el público que se divierte y aburre; por el vecino de la butaca de la derecha o de la izquierda. Cuando se actúa así, se consigue algún provecho». Vito de Larigaudie era -hubiera dicho Chesterton- un hombre de carne y hueso con sus dificultades también en la oración. «A veces hay horas difíciles -confiesa- en las que la tentación de pecar atenaza con tanta fuerza el cuerpo, que cínicamente de urea madera mecánica, casi sin separar los labios, y casi sin creer, somos capaces de decir: `Dios mío, a pesar- de todo te amo, pero ten compasión de mí'. Y hay anocheceres en los que estando .sentado en un lugar apartado de alguna iglesia, sin tender ni siquiera orar, no hago nada más que repetir esta frase, aferrándome a ella como el náufrago a caza tabla: a pesar de todo te amo, Dios mío pero ten compasión de mi'».

A Dios se le puede decir lo mucho que se le ama. hasta con los actos más insignificantes. Como dice Vito de Larigaudie: "Se le puede relatar cantando la vida pasada y los sueños del futuro. Todo esto se le puede decir a Dios; y se le puede decir bailando bajo el resplandor del sol en una playa, o deslizándose en ski por la nieve. Siempre se puede tener a Dios cerca, como compañero y como confidente de nuestros secretos. Tan acostumbrado estoy a la presencia de Dios, que en lo profundo de mi corazón, siempre tengo cena oración que está a punto de aflorar a los labios. Esa oración, tampoco se interrumpe por el bamboleo del tren, o por el ronroneo de la hélice del barco cuando estoy medio dormido. No se interrumpe ni cuando se estremecen el cuerpo o el alma, ni cuando me rodea el ajetreo febril de la ciudad, o mi atención queda absorta por cena ocupación muy interesante. En alguna parte de la profundidad de mi ser, hay aguas infinitamente puras y tranquilas. No pueden afectarme, pues, las sombras o los remolinos que aparecen en la superficie (...). Toda mi vida fue una gran búsqueda de Dios, en todas partes y a todas lloras, en todos los lagares del mundo busqué sus huellas. La muerte será sólo corno soltarme milagrosamente de la cadena que me tiene atado, y el fin de una asombrosa y estupenda aventura; será la consecución de esa plenitud que siempre perseguí".

P. Tadeusz Dajczer

fuente Meditaciones sobre la fe

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