jueves, 3 de noviembre de 2016

Meditación: Lucas 15, 1-10



San Martín de Porres

Cuando alguien es acusado de un delito grave, a veces tenemos emociones encontradas. Por una parte, queremos que se haga justicia, especialmente para las personas o familias que han sido víctimas; pero por otra parte, y según el caso, pensamos que se debería dejar que la misericordia prevaleciera sobre la condenación.

Hoy, el Señor nos cuenta la parábola del pastor que sale a buscar una oveja perdida, y nos invita a acompañarlo en la búsqueda, no para castigar a la descarriada por abandonar el rebaño, sino para devolverla a la seguridad del redil. Entendemos que hay que ser misericordiosos, pero a veces perdemos de vista que nuestros actos de piedad pueden librarnos tanto a nosotros mismos como a la persona a quienes perdonamos.

En su libro “Hombre Muerto Caminando”, la Hna. Helen Prejean cuenta la historia real de un padre cuyo hijo fue brutalmente asesinado. La primera reacción del padre fue hacer todo lo posible por lograr que los criminales fueran duramente castigados. No obstante, poco a poco se fue dando cuenta de que su sed de venganza le iba cambiando su manera de pensar de un modo que no le gustaba.

Siempre había sido una persona amable y generosa, pero ahora la desconfianza y el odio se estaban apoderando de él, y reconoció que no debía darle tanta atención a un delincuente. Así fue como inició el arduo viaje hacia el perdón y lo hizo rezando por los asesinos y tratando de contactar a las dolidas familias de aquéllos. Con el tiempo, vio que su propio corazón se iba ablandando y su fe crecía.

Tener los mismos sentimientos que el Buen Pastor no siempre es algo natural para nosotros. Incluso los niños tienen una clara conciencia de la injusticia, por lo menos cuando se sienten perjudicados, y expresan rápidamente las condiciones para perdonar: “Solo lo perdonaré si me lo pide, si realmente se arrepiente de lo que hizo y hace algo bueno para mí.”

Pero no es así como actúa el Buen Pastor. Él perdona sin condiciones y quiere que nosotros hagamos otro tanto. Él sabe que cuando hacemos pequeños gestos para imitarlo, el propio corazón nuestro, que también se ha extraviado, empieza a cambiar.
“Gracias, Señor, por tu gran misericordia. Por favor, enséñame a comprender, perdonar y ser compasivo con tus otras ovejas descarriadas.”
Filipenses 3, 3-8
Salmo 105(104), 2-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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