“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (Lucas 18, 38)
En el Evangelio de hoy, el ciego no se limitó solo a lamentarse de su condición. No, ¡llamó al Señor a gritos! Y se negó a hacer caso a todos los que le decían: “Deja de hacer tanto escándalo. Acepta tu condición. ¡Los ciegos no se curan! Lleva tu cruz y nada más.” Pero él siguió tocando insistentemente a la puerta del corazón de Dios con una fe inquebrantable y no quedó defraudado.
El Señor siempre quiere curar y restaurar a quienes sufren; quiere tocarnos allí donde más nos duele, donde somos más vulnerables e indefensos. Por eso el Señor nos exhorta a pedir, buscar y tocar a la puerta. Él nunca nos dice: “Lo siento, eso es demasiado difícil para mí,” o “Tú no tienes ninguna razón para pedirme que haga esto por ti.” El Señor nunca le vuelve la espalda a nadie que se acoja a él.
Bien, ¿pero qué hacer cuando uno ha pedido y suplicado por años, pero la respuesta parece que no llega nunca? Hay que seguir pidiendo; seguir suplicándole al Señor; seguir creyendo que Dios es bueno y que todo lo que quiere para ti es bueno. ¡Claro! Puedes confesar que Aquel que creó la luz puede hacer que su brillo resplandezca también en tu vida, ya sea dándote la sanación o paciencia para soportar. Porque Dios está siempre curándonos, todo el tiempo.
Incluso cuando uno sufre una enfermedad prolongada o un trauma emocional, nuestra vida va tomando forma. La pregunta es ¿qué forma será? Si nos aferramos al Señor con fe, la compasión puede crecer en nosotros y podemos ser instrumentos de su amor y su presencia. Si bebemos del manantial de la gracia y la presencia de Dios, encontraremos el coraje, el buen humor y la consolación; pero si nos desalentamos, corremos el riesgo de terminar amargados y preocupados solo de nuestras dificultades, ciegos y sordos a las necesidades y las alegrías de cuantos nos rodean.
Cabe recordar, también, que el dolor y el sufrimiento son cosas que, si el Señor no los elimina, muchas veces los permite para que los ofrezcamos con paciencia por nuestra salvación y la de otras personas.
“Señor, ¡cúrame, te lo ruego! Tú conoces mi condición y aunque sé que no lo merezco, te pido que me sanes por tu gran amor y tu misericordia.”Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5
Salmo 1, 1-4. 6
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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