jueves, 17 de noviembre de 2016

Meditación: Lucas 19, 41-44


Santa Isabel de Hungría

Jesús… contempló la ciudad y lloró por ella. (Lucas 19, 41)

Qué dolor le causó al Señor reflexionar sobre lo que le sucedería a la ciudad santa de Jerusalén por los graves pecados de incredulidad, indiferencia y prepotencia que demostraban sus habitantes. ¡Sería arrasada completamente!

A muchos de nosotros nos duele también cuando vemos que las autoridades no administran bien las ciudades en que vivimos, no las renuevan ni las protegen o cuando se habla mal de ellas. Pero de nada nos sirve esto si no analizamos sinceramente el tipo de vida que se lleva en nuestras propias familias y vecindarios. ¿Están evangelizados nuestros vecinos? ¿De qué sirven las grandes obras, los monumentos imponentes, los hermosos templos y museos, si en la comunidad reinan las divisiones, el pecado y la corrupción?

Jesús destruyó el poder del pecado con su sacrificio redentor, pero aún persisten los efectos de los errores, las faltas y las maldades individuales y colectivas de la sociedad y todos sufrimos sus consecuencias. Cuando regañamos a la esposa o a los hijos, menospreciamos a los hermanos de la comunidad parroquial o hacemos alarde de nuestro éxito económico comprando bienes ostentosos, ponemos en movimiento una serie de consecuencias: disensión familiar, falta de respeto a los padres, desunión en la comunidad, indolencia hacia los pobres y cosas por el estilo. Ahora sabemos que la nueva Jerusalén es el Cuerpo de Cristo y que nuestras faltas son capaces de destruir su paz y su unidad.

Cuando no reconocemos la visitación de Dios, que se produce diariamente gracias a la misericordia del Señor, destruimos la vida de la nueva Jerusalén en nuestro corazón, la vida que Cristo nos dio cuando nos hizo templos del Espíritu Santo.

¿Qué podemos hacer al respecto? Primero, tomar conciencia de que nuestros actos tienen consecuencias en la comunidad, y luego empezar por cambiar individualmente, compartir el mensaje del Señor y llevar a otras personas a hacer lo mismo.
“Amado Señor y Salvador, te damos infinitas gracias por tu sacrificio en la cruz. Ayúdanos, Señor, a convertirnos y a cambiar la fisonomía de tu Iglesia para que sea la ‘ciudad santa’ que tú amas.”
Apocalipsis 5, 1-10
Salmo 149, 1-6. 9

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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