XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Hoy se nos da la seguridad de la vida futura, que no se basa en nada humano, sino en la Palabra y el poder de Dios. Cuando meditamos en nuestra mortalidad, vislumbramos algo de la vida eterna, cuyas semillas han sido plantadas en el corazón y en el alma. La muerte es el paso hacia una nueva vida que, como Jesús lo dice en el Evangelio, es absolutamente superior a la que conocemos ahora. Esto parece hermoso, pero no siempre es fácil.
Cuando consideramos la vida en este mundo, vemos que ya hemos dado muchos otros pasos pequeños. Cuando nacemos pasamos del vientre materno a la vida exterior. Cuando vamos a la escuela pasamos de la vida familiar a la vida comunitaria. Los que se casan pasan de una existencia sin compromisos a una de compromiso exclusivo con la persona amada. Cada uno de estos pasos conlleva un final y el inicio de una vida nueva. Pero el paso final lo daremos cuando termine nuestra vida en la tierra.
Lo más importante ahora es nuestra fe en Cristo, porque ella nos permite afrontar la muerte con valentía y fe, sabiendo que al otro lado nos encontraremos con el Señor. Pero el coraje y la fe —como los de la madre y sus siete hijos (primera lectura)— también es un poderoso ejemplo para nosotros, los que seguimos sus pasos en la fe. Los mártires demuestran que el amor y la fe son más fuertes que la muerte.
Para el cristiano, la verdadera razón de la inmortalidad es la comunión con el Señor Resucitado. San Pablo dice que Dios “nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza” (segunda lectura).
Dios nos ha hecho promesas que la muerte no puede disminuir ni anular. La esperanza de nuestra propia resurrección es inconmovible y persiste por el poder y el amor de Dios; la muerte es incapaz de acabar con todo, pero a través de ella podemos llegar al Reino del amor eterno.
“Amado Señor, gracias por tu promesa de la resurrección. Creo firmemente que cuando yo muera llegaré a contemplar la hermosura inefable de tu santa faz.”2 Macabeos 7, 1-2. 9-14
Salmo 17(16), 1. 5-6. 8. 15
2 Tesalonicenses 2, 16–3, 5
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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