miércoles, 2 de noviembre de 2016

Meditación: Mateo 25, 31-46


Todos los Fieles Difuntos

Dios es misericordioso y compasivo en extremo y nunca ha escatimado esfuerzo alguno para salvarnos; ni siquiera el pecado persistente logra hacerlo desistir de su deseo de redimirnos. En efecto, hasta al momento final de la vida, cuando en el último minuto ya vamos a expirar, Dios nos ofrece la opción de decidirnos por la vida y salvarnos de la muerte eterna.

Al conmemorar a Todos los Fieles Difuntos reflexionamos en el purgatorio, la “purificación final de los elegidos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1031), en el cual la misericordia de Dios logra su expresión suprema en forma oculta. El purgatorio, a veces descrito como fuego purificador (v. 1 Corintios 3, 15; 1 Pedro 1, 7), pone fin a los efectos del pecado en nuestra vida.

Pero, naturalmente, la existencia del purgatorio no nos exime de combatir contra el pecado aquí en esta vida. Como lo dijo San Pablo: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva” (Romanos 6, 4).

¿Qué aplicación tiene para nosotros esta unión con la muerte de Cristo en el diario vivir? Es importante porque somos nosotros los que debemos actualizarla, reafirmando diariamente nuestra unión con Jesús y dejando que su cruz nos separe del pecado y de la muerte. En efecto, uno se libra del pecado mediante la confesión sacramental, aceptando la absolución de todos los pecados y reafirmando la convicción de que uno ha sido efectivamente crucificado con Cristo y que ahora está muerto al pecado. Si nos acordamos de aplicar la cruz de Cristo a todos los aspectos de la vida, podemos purificarnos cada vez más y no dejarnos dominar por la naturaleza caída.

El purgatorio no es otra cosa que una extensión de la obra de la cruz, una continuación del deseo de Dios de llevarnos a su Reino; pero no debemos olvidar que Dios quiere que nos purifiquemos día tras día ¡sin esperar al purgatorio! Si hoy le pides al Señor que llene tu vida de su amor, cosecharás un doble beneficio: un paso menos doloroso a la vida eterna y una vida más alegre y fructífera aquí en la tierra.
“Padre eterno, te alabo y te doy gracias por tu misericordia y tu compasión, porque en lugar de tratarme como merecen mis faltas y errores, me ofreces la purificación por medio de la cruz de tu Hijo. Gracias, Señor.”
Sabiduría 3, 1-9
Salmo 23(22), 1-6
Romanos 5, 5-11

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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