El antídoto de la susceptibilidad es el perdón. No un perdón cualquiera, sino aquel que se hace de corazón. Es frecuente escuchar: “Sí, perdona pero no olvido”. Sin comprender que no cabe el perdón cuando no se olvida el agravio. El verdadero perdón exige arrancar del corazón la mala hierba del rencor. Porque si no, se alimenta el recelo y la antipatía, sin tender los puentes de una amistad sincera. Para que no lo olvidásemos, enseña el Maestro: “Si perdonáis a los hombres sus faltas, también los perdonará vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados”. Dios, infinitamente rico en misericordia, siempre se muestra abierto a la compasión.
Un hijo de Dios, consecuente con su fe, ha de tener un corazón magnánimo y comprensivo, pronto al perdón, ¿podría decir que reza bien el Padrenuestro el que no perdona de corazón a su hermano? En el perdón, como en el amor no caben límites: o se perdona de verdad por amor, o se alimenta el rencor.
Otorgar el perdón al prójimo, es madurar en el espíritu, es abrir las puertas al verdadero amor. Por consiguiente, antes de hacer un juicio peyorativo de una persona es preciso ponerse en su lugar, intentar comprender sus problemas y los motivos que la han llevado a actuar de ese modo. Actuar así es garantizar la disculpa, evitar el juicio precipitado y, lo que es más importante, no correr el riesgo de equivocarse.
Para estas ocasiones recomendaba san Bernardo:
“Aunque veáis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por debilidad. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aún entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte”Perdonar es olvidar el agravio, pero hace falta más. La caridad, a la vez que obliga a arrancar el rencor del corazón, exige poner los medios para ganarse la amistad de quien pudo ofendernos. Al perdonarle, ya no se le ha de considerar como enemigo, sino como amigo.
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