Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos y amigas:
La tradición rabínica llegó a señalar 613 preceptos en medio de tantos mandatos resultaba más que necesario discernir cuál era el mandamiento principal. Por ello, la pregunta del maestro de la ley, está formulada desde una búsqueda sincera. Jesús responde ofreciéndonos una novedad. Primero, retoma la acción identitaria propia del pueblo de Israel: la escucha. Segundo, vincula en un nexo indisoluble el amor a Dios (primer mandamiento) y el amor al prójimo (segundo mandamiento). Ese es el núcleo fundamental de nuestra vida cristiana y lo que nos une a todos los creyentes.
Este mismo planteamiento se retomará después en la primera carta de Juan: «Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). En la coherencia de nuestro amor a Dios y al prójimo, de obras y palabras nos jugamos la credibilidad de la fe profesamos. Por eso, se nos pide amar con «todo», el corazón, el alma, la mente, nuestro ser. Esta centralidad del amor es lo que ha de configurar toda nuestra existencia. Nos podríamos preguntar: ¿Qué lugar ocupa el amor en mi vida? ¿En qué se me nota?
La invitación a la conversión que está como llamada de fondo en estos días de Cuaresma nos debe hacer caer en la cuenta de nuestros egoísmos, indiferencias, faltas de amor. Tenemos que volver una y otra vez al amor de Dios que no se desentiende de nada de lo humano. Dejemos que ese amor toque nuestro corazón, transforme nuestras vidas, nos impulse a amar y a salir al encuentro del que sufre, del que se siente triste, solo, abandonado. Ese amor debe atravesar toda nuestra existencia y alimentar nuestra esperanza.
En los mártires encontramos el testimonio de que el amor es posible. Hoy conmemoramos al beato, mártir, Monseñor Óscar Romero, dejémonos interpelar por sus palabras: «Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un antisigno de nuestro cristianismo. Están diciendo ante Dios que creemos más en las cosas de la tierra que en la alianza de amor que hemos firmado con Él, y que por alianza con Dios todos los hombres debemos sentirnos hermanos... El hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres, y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente del prójimo (Homilía 18 de septiembre de 1977)».
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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