En el Evangelio de hoy, San Juan nos habla de la escena de la piscina de Betesda, lo que parecía, más bien, una sala de espera de un hospital de trauma porque allí ”Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos” (Juan 5, 3).
En sus recorridos por la ciudad, Jesús pasó por este sitio.
¿No es esto curioso? Jesús está siempre presente justo donde se producen los problemas, allí donde haya algo para “liberar”, para hacer feliz a los que necesitan algo. ¡Allí está él! Los fariseos, en cambio, solo pensaban en qué día de la semana era, porque si era sábado había que preocuparse. Su legalismo extremo les paralizaba el espíritu y la conciencia. No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.
El pobre paralítico llevaba 38 años de invalidez. “¿Quieres curarte?” le pregunta Jesús. Hacía tiempo que el lisiado luchaba en el vacío, porque nunca había tenido un encuentro con Jesús, pero ahora el sol le brillaba con una luz nueva y vio al Señor. Los cinco pórticos de la piscina de Betesda retumbaron de alegría cuando se oyó la voz del Maestro: “Levántate, toma tu camilla y anda.” La curación fue completa, perfecta e instantánea.
La voz de Cristo es la voz de Dios. Ahora todo era nuevo y brillaba con una nueva luz para el ex paralítico, que hasta entonces moría de desánimo. San Juan Crisóstomo decía que “en la piscina de Betesda se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecen los del alma. En la piscina aquello sucedía de vez en cuando y para un solo enfermo; en el Bautismo sucede siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.
Pensemos en el paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para llevar una vida recta o hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una muchedumbre de paralíticos, cojos y ciegos que se “mueven”, pero que son incapaces de superar su condición de pecado?
“Amado Jesús, hoy te miro con insistencia para que tú me sumerjas en el agua de la oración y del espíritu, porque no quiero seguir siendo paralítico, sino portador de tu gracia e instrumento de tu luz.”Ezequiel 47, 1-9. 12
Salmo 46(45), 2-3. 5-6. 8-9.
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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