Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. [Porque el Angel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal.]Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Prado, cmf
Queridos amigos,
Aquellos pobres y enfermos que estaban al borde de la piscina confiaban en un golpe de suerte al llegar y tocar el agua cuando esta se removía. Jesús se acerca al lugar en aquel preciso momento. La multitud de “enfermos, ciegos, cojos y tullidos” estaban tirados por el suelo, queriendo tocar el agua de la piscina. No es difícil imaginar aquella escena. El espectáculo era, seguramente, dantesco. En medio de aquello, en que unos llegaban a tocar el agua porque eran algo más fuertes, aparece un hombre especialmente débil. Nadie le ayudaba a llegar al agua y, por eso, se lamentaba: ”Señor, no tengo a nadie”. Y es que las penas en compañía siempre son menos penas. Una mano amiga siempre hace más llevadera la carga. A veces, hasta el punto de poderla llevar.
La vida de aquel hombre era, además de dolorosa por la enfermedad, dolorosa por la soledad. Es, si se me permite decirlo así, el vivo ejemplo del “descarte”. Soledad, dolor, impotencia. Nadie da nada por él. Ni siquiera mueve la compasión de los demás.
Entonces, Jesús, sólo Jesús, se acerca a él y entabla con él un diálogo como los habituales en él. Un diálogo de corazón a corazón. “¿quieres curarte?”. “Anda, levanta, toma tu camilla y camina”. Un diálogo de amor que es sanador, que se interesa por él y le hace sentirse importante. Así somos siempre para Jesús. Así somos todos para él: por eso en su corazón hay sitio siempre también para los que descarta nuestro mundo, para aquellos que quedan al margen y saben que la dignidad de hijos no les puede ser sustraída. Aunque no seamos nada para los demás, para él somos importantes. Dios es un Dios de relación, no de normas. Lo importante no es saciar no sé qué extraña sed de ver cumplidas no sé cuántas leyes o normas. En el relato, aparecen los fariseos defensores de las normas, más preocupados por el cumplimiento de las leyes que por entablar con Dios un diálogo de amor y despreocupados por el bien del hermano.
La cuaresma quiere invitarnos a enfocar bien nuestra mirada sobre la verdadera relación con la religión y con Dios. Dios no es un Dios de normas. Dios es un Dios que es como un Padre, que nunca se cansa de perdonar y de amar a sus hijos haciéndolos importantes.
Pidamos hoy al Señor la gracia de vivir esta filiación y la de tomar conciencia de que hay otros que solos no pueden porque “no tienen a nadie” y que necesitan de esa manita amiga que les ayude a “tirarse a la piscina”, a afrontar la suerte de la vida y caminar.
Que tengamos un buen día.
La vida de aquel hombre era, además de dolorosa por la enfermedad, dolorosa por la soledad. Es, si se me permite decirlo así, el vivo ejemplo del “descarte”. Soledad, dolor, impotencia. Nadie da nada por él. Ni siquiera mueve la compasión de los demás.
Entonces, Jesús, sólo Jesús, se acerca a él y entabla con él un diálogo como los habituales en él. Un diálogo de corazón a corazón. “¿quieres curarte?”. “Anda, levanta, toma tu camilla y camina”. Un diálogo de amor que es sanador, que se interesa por él y le hace sentirse importante. Así somos siempre para Jesús. Así somos todos para él: por eso en su corazón hay sitio siempre también para los que descarta nuestro mundo, para aquellos que quedan al margen y saben que la dignidad de hijos no les puede ser sustraída. Aunque no seamos nada para los demás, para él somos importantes. Dios es un Dios de relación, no de normas. Lo importante no es saciar no sé qué extraña sed de ver cumplidas no sé cuántas leyes o normas. En el relato, aparecen los fariseos defensores de las normas, más preocupados por el cumplimiento de las leyes que por entablar con Dios un diálogo de amor y despreocupados por el bien del hermano.
La cuaresma quiere invitarnos a enfocar bien nuestra mirada sobre la verdadera relación con la religión y con Dios. Dios no es un Dios de normas. Dios es un Dios que es como un Padre, que nunca se cansa de perdonar y de amar a sus hijos haciéndolos importantes.
Pidamos hoy al Señor la gracia de vivir esta filiación y la de tomar conciencia de que hay otros que solos no pueden porque “no tienen a nadie” y que necesitan de esa manita amiga que les ayude a “tirarse a la piscina”, a afrontar la suerte de la vida y caminar.
Que tengamos un buen día.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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