Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Prado, cmf
Queridos amigos,
A pesar de que “nadie es profeta en su tierra”, los galileos, que antes despreciaban a Jesús, ahora lo reciben bien. Quizá porque han visto sus milagros y están impresionados. Jesús se lamenta de ello, y de que sólo creen cuando ven este tipo de señales milagrosas o evidentes. Con todo, en las actitudes de aquel oficial que pierde al hijo descubrimos un hombre que hace un camino que va de la confianza en ese poder quizá milagrero de Jesús a creer “él y toda su familia”. “Creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino”. Paulatinamente fue pasando de esa confianza inicial a una adhesión sincera e interior a su persona. Es la fe del verdadero creyente, que todo lo espera de Dios y vive confiado en que la historia es de Dios y que de él depende nuestro destino y el destino de todo lo creado.
Todos somos un poco como aquel funcionario. Pedimos a Dios que nos ayude en nuestras necesidades, en nuestra salud, en nuestra economía… en definitiva, que venga en nuestra ayuda cuando lo necesitamos. Bien sabemos que nosotros no podemos salvarnos a nosotros mismos. Nadie sale de un hoyo estirándose de los pelos. Solamente Alguien puede sacarnos de ahí. Solamente Dios tiene poder real de crear “un nuevo cielo y una tierra nueva” donde parece imposible. Por ello, humildemente, reconocemos que somos necesitados y menesterosos de lo que Dios nos quiera dar.
Jesús, como a aquel oficial, nos responde prontamente con una palabra de ánimo. Él quiere ayudarnos. Él quiere estar a nuestro favor, aun cuando los problemas nos desbordan o nos sentimos en el límite. Jesús nos invita a creer el él sin exigirle milagros y nos invita a confiar en la providencia de Dios, a confiar siempre en que la muerte no tiene la última palabra. La última palabra es siempre de este Dios que es el único capaz de hacerlo todo nuevo.
Pidamos hoy al Señor la gracia de vivir en esa confianza.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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