Dentro de la Cuaresma, si la Pascua viene un poco tardía, se celebra la gran fiesta de la Encarnación del Señor, comienzo de los Misterios que conmemoramos en los días santos del Triduo Pascual.
Durante muchos siglos, incluso dentro de la Iglesia católica, hubo luchas y enfrentamientos sobre si era lícito representar a Jesucristo en imagen. Unos lo negaban, los iconoclastas, porque decían que no se podía materializar la divinidad de Cristo. Otros en cambio, los iconodulos, se mostraban a favor de la representación icónica de los misterios sagrados, basándose en el hecho de la Encarnación.
Si Dios se ha querido hacer hombre en su Hijo y ha nacido de mujer, tomando nuestra naturaleza, la materia adquiere un valor sacramental del Misterio del Verbo Encarnado, como dice san Máximo el Confesor.
Por la opción de Dios de hacerse hombre, lo humano se diviniza. Representar lo divino no es intento de poseerlo ni de abarcarlo, sino que remite al prototipo, que es a quien se desea venerar.
En Cuaresma, y especialmente en los días de la Semana Santa, muchas comunidades veneran imágenes que representan distintas escenas de la Pasión del Señor, y los padecimientos de su santísima Madre. Como en los primeros siglos del cristianismo, cabe que también haya sensibilidades encontradas entre los fieles, y a unos les parezca exagerado el culto que se da a las imágenes, mientras otros sienten ante ellas una emoción especial y expresan un trato obsequioso y generoso ante el Señor llagado, o flagelado, o con la cruz a cuestas, o Crucificado; y también ante la Virgen María en su mayor dolor y soledad, en su angustia y llanto.
Puede parecer de menor calidad la espiritualidad que se expresa en la religiosidad popular, mientras que si se celebran los días santos en los monasterios y en retiro se considere que es propio de los más iniciados en la fe. La hondura del sentimiento no se puede juzgar, y se comprueba que son muchos los que gracias a la mediación de la imagen acceden a un trato de amor con el Señor y con su Santísima Madre.
Un argumento que nos ayuda a valorar la religiosidad popular es precisamente la devoción a las imágenes de Santa Teresa de Jesús, maestra espiritual, doctora de la Iglesia, iniciada en las más altas experiencia místicas. Era amiga de imágenes. Siempre llevaba en su carreta alguna representación del Señor, y en el libro de Vida cuenta que su conversión ulterior aconteció al contemplar la imagen de un Cristo muy llagado.
Desde el Misterio de la Encarnación, lo corpóreo y la mediación de los sentidos son necesarios para una espiritualidad cristiana.
Fuente Ciudad Redonda
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