La medalla de San Benito no es un “amuleto de la suerte”. Se trata de un sacramental, esto es, una señal visible de nuestra fe.
El uso habitual de la medalla tiene por efecto colocarnos bajo la especial protección de San Benito, principalmente cuando se tiene confianza en los méritos de santo tan grande y en las grandes virtudes de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Son numerosos los hechos maravillosos atribuidos a esta medalla. Ella nos asegura un poderoso socorro contras las artimañas del demonio y también para alcanzar gracias espirituales, como conversión, victoria contra las tentaciones, enemistades, etc.
La medalla no actúa automáticamente contra las adversidades, como si fuese un talismán o vara mágica.
Todo cristiano, a ejemplo de Jesucristo, debe cargar su cruz, pues es necesario que nuestras faltas sean expiadas, nuestra fe sea probada y nuestra caridad purificada, para que aumenten nuestros méritos.
El símbolo de nuestra redención, la cruz, grabada en la medalla, no tiene por fin librarnos de la prueba; mientras tanto la virtud de la cruz de Jesús y la intercesión de San Benito producirán efectos saludables en muchas circunstancias. La medalla concede, también, gracias especiales para la hora de la muerte, pues San Benito y San José son patrones de la buena muerte.
Para quedar libre de las artimañas del demonio es necesario, por sobre todo, estar en gracia y amistad con Dios. Por lo tanto, es necesario servirlo y amarlo, cumpliendo todos los deberes religiosos: oración, Misa dominical, recepción de los Sacramentos, cumplimiento de todos los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia. Ni el demonio, ni criatura alguna, tienen el poder de perjudicar verdaderamente un alma unida a Dios.
En resumen, el efecto de la Medalla de San Benito depende en gran parte de las disposiciones de la persona para con Dios y de la observancia de los requisitos mencionados más arriba.
Innumerables son los beneficios atribuidos al crucifico de San Benito; de hecho, si es usada con fe y con el patrocinio del Santo, protege contra:
• Epidemias;
• Venenos;
• Algunos tipos de dolencias especiales,
• Maleficios;
• Peligros espirituales y materiales que el demonio pueda causar.
La Santa Sede la enriqueció con numerosas indulgencias: indulgencia plenaria en el momento de muerte; e indulgencia parcial.
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