No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido.
Juan 15, 16
Leyendo el Evangelio de hoy nos damos cuenta de que el Señor sabía que era necesario que los discípulos supieran que habían sido escogidos por Dios, para que luego cumplieran con éxito la difícil tarea de sentar los cimientos de su Iglesia y propagar su mensaje por todo el mundo.
Era importante que supieran que ellos formaban parte del grupo de los Doce Apóstoles escogidos personalmente. El mismo Jesús lo había experimentado, pues Dios Padre se lo había dicho cuando fue bautizado en el Jordán (Mateo 3, 16-17) y en su transfiguración (Marcos 9, 3). Sabía que el Padre lo había escogido y ungido y que le concedería todo lo necesario para cumplir su misión. De un modo similar, Jesús quiere que todos los creyentes, sepamos que también hemos sido escogidos personalmente por él para seguir adelante con su misión.
Poco es lo que la Escritura dice acerca de San Matías, salvo que los apóstoles se dedicaron a orar antes de tomar la decisión de nombrarlo sucesor de Judas Iscariote. Por supuesto que Matías fue escogido por Dios para que completara el número de los Doce Apóstoles. Pero a pesar de haber seguido a Jesús durante todo su ministerio en la tierra, no fue sino hasta años más tarde que Matías recibió el llamamiento superior a asumir la misión de los Doce.
¡Esta es una excelente base para fundamentar nuestras vocaciones! Así como Matías fue escogido por Dios, también cada uno de los creyentes hemos sido escogidos personalmente. De modo que, cuando te pregunten por qué haces oración, lees la Biblia o vas a la iglesia, tú puedes responder con toda decisión: “Porque Dios me ha escogido y me ha llamado. Le pertenezco a él de un modo muy especial y estoy marcado como tal con el sello del Bautismo.”
Tal vez alguien se sienta tentado a pensar que es solamente por las circunstancias que es católico; pero no es así. El Padre es demasiado magnánimo y bondadoso para abandonarnos al azar de las circunstancias. Por su sabiduría infinita, todas las cosas suceden para el bien de los que lo aman y le obedecen (Romanos 8, 28). Pidámosle, pues, al Señor que nos guíe y nos muestre cómo desea inspirarnos en la vida cotidiana.
“Padre eterno, te doy gracias por adoptarme como hijo tuyo. Te pido, Señor, que me llenes del Espíritu Santo, para que yo sepa aceptar más plenamente la misión que tienes para mí.”
Hechos 1, 15-17. 20-26
Salmo 113(112), 1-8
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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