QUINTO DÍA
+ En el Nombre del Padre,
+ del Hijo
+ y del Espíritu Santo.
Amén.
Oración inicial
Ven, Espíritu Santo, llena
los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de Tu Amor.
¡Envía Tu Santo Espíritu y
todo será creado, y renovarás la faz de la tierra!
Oremos: Dios que instruiste los corazones de Tus fieles con la luz del
Espíritu Santo, haz que apreciemos rectamente todas las cosas, según el mismo
Espíritu y gocemos siempre de Sus consuelos, por Cristo Nuestro Señor. ¡Amén!
Oración antes de la meditación
Divino Espíritu, que por la Iglesia eres llamado Creador, no solamente
porque lo eres con relación a nosotros, criaturas; sino también porque moviendo
en nuestras almas, santos pensamientos y afectos, creas en nosotros aquella
santidad que es obra Tuya. Venga también sobre nosotros Tu benéfica virtud, y
mientras Te honramos con este devoto ejercicio, dígnate visitar con Tu Divina
Luz nuestra mente, y con Tu Suprema Gracia nuestro corazón, para que nuestras
oraciones suban agradables a Ti y del Cielo, descienda sobre nosotros la
abundancia de Tus divinas misericordias. ¡Amén!
Meditación
El Espíritu Santo y Sus frutos
Llamamos Frutos del Espíritu Santo a aquellos preciosos efectos que El
produce en las almas, mediante la infusión de Sus Dones, los cuales, puestos a
disposición de las almas, la vuelven más fecunda de actos sobrenaturales, de
virtudes, que son frutos de santidad y de vida eterna. Nuestra naturaleza,
viciada en Adan, es como un árbol silvestre que da frutos amargos e ingratos.
El Espíritu Santo realiza en estos árboles un saludable injerto, que las hace
de cierto modo transformar la naturaleza, donde la sabia vital, o sea, la
natural virtud operativa de los hombres, pasando por el nuevo injerto, en él
recibe las buenas cualidades y da frutos dulces y salubres. Y, hablando apropiadamente,
no es el hombre que produce aquellos buenos frutos, sino el Espíritu Santo,
principio eternamente fecundo de la vida sobrenatural.
Todo árbol, bueno o malo, se conoce por los frutos que produce; y cada
rama del árbol fructífero será por Dios podado a fin de que produzca mayores
frutos (cfr. Jn 15,3) No basta, por lo tanto, el injerto para que un árbol malo
produzca buenos frutos, es necesario que el esforzado agricultor haga la poda y
que la cultive. Y es aquí que sucede el miserable naufragio de la virtud de
tantos cristianos que resisten delante del sufrimiento. Gozan aquellos, de ser
injertados con el precioso brote de la gracia divina, pero no quieren después,
que la mano providente del celeste Agricultor les pode, esto es, no quieren
despojarse totalmente de sus afectos terrenos, no quieren cortar generosamente
sus pasiones favoritas y aunque quisiesen ser ramas fructíferas del árbol del
paraíso, quieren también retener en si los parásitos salvajes del antiguo
enemigo; esto es, afectos mundanos, amor propio, orgullo, avaricia y cosas
semejantes. Pero esas vergonzosas ramas que aún delante del precioso injerto
permanecen salvajes y estériles, en fin ¿no serán rechazados y lanzados al
fuego?
Momento para
meditación personal
ORACIÓN
Divino Espíritu, si considero que también en mi alma realizas aquel
injerto saludable por el cual esta misma alma debería producir frutos de vida
eterna, reflexiono en mi deplorable inestabilidad, libero un amargo suspiro de
mi corazón… ¿Dónde están aquellos frutos que yo, como rama de un árbol divino
debería producir; aquellos frutos que deberían estar maduros por los ardores
celestes del Espíritu Santo? ¿Cuántos son? Otro amargo suspiro es la respuesta.
¿Pero de quien es la culpa de esta vergonzosa esterilidad?
Señor, yo me acuso delante de Tus pies: ¡la culpa es mía, es toda mía!
Yo no quise que por Tu Mano Benéfica, fuesen sacadas de mi las hierbas dañadas
de las pasiones y de los vicios; y rechacé el hierro de la mortificación
cristiana; la acedia se opuso en mi a las santas obras; la frialdad y la
inconstancia apagaron mi fervor; no correspondí fielmente a tus gracias, Divino
Espíritu. Soy semejante a una planta estéril e inútil, no estando apta sino a
ser lanzada al fuego.
Mi Dios, no quiero ir al fuego del infierno. Lánzame más aún al Fuego
de Tu Amor que purifica las almas y las vuelve fecundas de los santos Frutos.
ORACIÓN FINAL
Prometido y ansiado Consolador, Espíritu Santo, procedente del Padre y
del Hijo, que escuchando la unánime oración de los discípulos del Salvador,
fraternalmente reunidos en el Cenáculo, descendiste para consolar y santificar
a la Iglesia naciente; muéstrate propicio a nuestras súplicas, reenciende Tu
Divino Fuego en los corazones de los hombres. Haz resplandecer Tu Luz hasta los
confines de la Tierra; llama nuevamente al seno de la Iglesia Romana a todas
las Iglesias separadas.
¡Oh, Espíritu Santo, que eres el Amor, piedad de tanta mediocridad y de
tantas almas que se pierden! Haz que rápidamente suceda aquello que David
profetizaba diciendo: “Manda Tu Espíritu!”. Haznos nuevas criaturas, y así
renovaras la faz de la tierra. A partir de esta consoladora profecía, unidos en
oración, como nos enseña la iglesia, con plena confianza repetimos: ¡Envía Tu
Espíritu y todo será creado, y renovarás la faz de la Tierra!
Rezamos las siguientes oraciones:
· Padre Nuestro
· Ave María
· Gloria
· Canto del Espíritu Santo
En esta novena,
la Beata recomendaba que sea cantado el Veni Creator.
+Que el Señor
nos bendiga,
+Nos guarde de
todo mal;
+Nos conduzca
a la vida eterna.
Amén.
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