Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".
RESONAR DE LA PALABRA
¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!
El encuentro de Pedro con Jesús resucitado es una verdadera reconstrucción de su relación con él, pues Pedro le había fallado a Jesús. Pedro se sentía humillado por no haber sido fiel a su promesa: “daré mi vida por ti” (Jn 13,37). Pero lo que vemos en su encuentro con el Resucitado es un gesto elocuente de lo que Dios hizo con él y puede hacer con nosotros.
El centro de todo es el amor de Jesús, un amor que nasce de su amor hacia nosotros, como el discípulo amado pudo contemplar en su costado abierto por la lanza y herido de amor por nosotros (cf. Jn 19,35). La pregunta, casi insistente de Jesús, por el amor de Pedro, suena como un bálsamo en la herida de su infidelidad. Jesús no le reprime por haberle negado, sino que le da la oportunidad de expresar su amor. Y en cada respuesta dada por Pedro “sí, Señor, tú sabes que te quiero”, es como si fuese sanando, poco a poco, cada una de las tres heridas de negación. Su respuesta le rehabilita. La tríplice respuesta de Pedro suscita una respuesta proporcional a la misericordia recibida.
Si hasta la resurrección de Jesús, Pedro le seguía por otros motivos, a partir de este momento, es el amor que cuenta en su adhesión al Maestro. El Señor, antes de confiarle a Pedro el encargo pastoral de su Iglesia, le exige la confesión de amor. Ese amor le permitirá conducir la misión que Jesús le confía hasta entregarse totalmente. La confesión de amor es imprescindible para ejercer el cuidado pastoral en la Iglesia.
La única condición que Jesús exige a Pedro y todos los encargados en cuidar a los demás es el amor. Lo que Pedro más necesitaba era el perdón y la misericordia, y fue lo que encontró en Jesús resucitado. Por eso, está capacitado para cuidar a los que el Señor le confía. El pastoreo es una cuestión de amor: a Jesús y a los hermanos y hermanas.
Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf
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